DÁMASO

Era el abuelo de Ester, mi mujer. Y el bisabuelo de mis dos hijos, Rebeca y Daniel. Murió ayer, día 25 de febrero a los noventaytantos con la cabeza perdida, los dolores encontrados y su parkinson de siempre. Con él compartí mis primeros manuscritos, incluso los Reyes Magos, envuelto en papel de regalo, el cinco de enero de hace siete u ocho años, le dejaron junto a sus zapatillas de paño un trabajo ("El viejo balón de reglamento") que hablaba de las nostalgias en torno a un balón de fútbol.
Algunos, ante la muerte, piensan en la eternidad, en remedios que acaricien el desconsuelo, en vidas más allá de esta vida. A otros, poco aficionados a cielos, infiernos o purgatorios, demasiado atornillados a la realidad más o menos cruda, nos da por pensar en las herencias, aquellas que tienen que ver más con los recuerdos y con las sensaciones que con los dineros y las propiedades materiales.
 
Y lo mismo que para todo existe una primera vez, también existe una última para todo.
La muerte es la última vez de la vida.
¡Adiós, abuelo Dámaso!