Bajaba por la cuesta que une Llodio y Okondo, en Álava, completando mi ruta de reparto habitual. Faltaban diez dias para la Feria del Libro de Madrid de 2007. Tras muchas tentativas esteriles enviando los manuscritos a editoriales y concursos, tuve una idea y me dio el puntazo de estos que sólo dan cuando uno va conduciendo y con la cabeza en setecientas cosas. Me iba a Madrid a "venderme", a ver si colaba la cosa, a ver si alguien me hacía caso después de tantos silencios y desengaños.
Dediqué varios días a elaborar este muestrario en el que, de una forma un tanto agresiva y presuntuosa (e incómoda para mi que me tengo por una persona humilde), esa que parece necesaria cuando uno pretende que le hagan caso, exponía mi trabajo de forma breve, pero estimé que suficiente para alguien que pudiera sentirse interesado.
Dediqué varios días a elaborar este muestrario en el que, de una forma un tanto agresiva y presuntuosa (e incómoda para mi que me tengo por una persona humilde), esa que parece necesaria cuando uno pretende que le hagan caso, exponía mi trabajo de forma breve, pero estimé que suficiente para alguien que pudiera sentirse interesado.
Con este texto abro esta página, para que el que quiera enterarse de lo que escribí de fútbol lo haga, cosa que no sé si hicieron aquellos que en la Feria recibieron este particular obsequio.
(Por cierto, repartí unos treinta cuadernillos en las casetas entre editoriales y escritores. Sólo me respondió una, hasta recuerdo su nombre: Valeria Ciompi, de Alianza Editorial).
(Por cierto, repartí unos treinta cuadernillos en las casetas entre editoriales y escritores. Sólo me respondió una, hasta recuerdo su nombre: Valeria Ciompi, de Alianza Editorial).
Estimados editores y amigos de los libros en general:
Me llamo Javier. ¡Hola! Me dedico a escribir cuando mis obligaciones laborales (trabajo en DHL como repartidor autónomo), mis niños -una de cuatro años y otro de cinco meses-, los quebraderos de cabeza procedentes de la hipoteca, el euribor y su puñetera madre, o la seducción que provocan en mí, obligándome a leerlos asiduamente, Fontanarrosa y Benedetti, me lo permiten. Si durante el día me afano en la pelea cotidiana con los paquetes, por la noche me las veo con las metáforas, las musas y los diptongos.
Como escritor o escribiente novel y anónimo, a menudo, casi siempre, uno no sabe cómo actuar en relación a la futura publicación de sus libros, y cuando por fin cree haber encontrado el camino, duda si acertará o lo mandarán a la mierda, como en esta ocasión, en la cual, en un alarde de descabellada intrepidez me he venido desde Vitoria hasta la Feria del Libro de Madrid en busca de vaya usted a saber el qué. Utilicé hasta la fecha variadas fórmulas de aproximación al mundo editorial a ver si alguien me daba bola: fórmulas timoratas y clandestinas, ondeando la bandera de la modestia y la comprensión; otras, peregrinas e inciertas, como elaborar un muestrario con fragmentos de mis libros; algunas, las llamaré telefónicas, en donde obtuve frías y desalentadoras respuestas; incluso las hubo dilatadas -las fórmulas, se sobreentiende-: “este curso tenemos ya todo planteado. Habrá que esperar al siguiente”. Hoy, lejos de mi estilo, me agarraré a una nueva estrategia, más agresiva y directa, intentando vencer al timorato que llevo dentro, emulando a esos intrépidos e incansables vendedores -a los que me afano en esquivar cada vez que los veo- que intentan colocarte el producto como sea y donde sea. Tal vez así capte la atención de alguien. Seguramente no, obligándome a añadir la novedosa táctica a mi lista de despropósitos. De cualquier forma puede que hasta me haya divertido intentándolo mientras me paseo por el Retiro jugando a ser el vanidoso, aventurero y engreído que no soy. Me encomendaré a los dioses y a las musas más que a mi sospechosa intuición, en este caso masculina, y les suplicaré que alguien, aunque sea sólo uno, muestre el más mínimo interés por mi esforzado trabajo.
Tengo escritas cinco obras. Todas giran en torno al fútbol. (Por favor, no se detengan aquí que ya estoy oyendo “¿Fútbol? Se veía venir. Vamos a tomarnos un café y tira eso a la papelera”). Comencé a escribir tímidamente sobre fútbol por una necesidad personal. Así nació “Canchas de arena”. No lo debí hacer tan mal y gané un accésit en el tercer certamen del Libro Deportivo organizado por el diario Marca. Lo que me impulsó a seguir fue la seguridad y la certeza de que había muchos esperando leer esas páginas. Sin ir más lejos, yo también hubiera aguardado en la fila de espera. Al final, como nadie parecía decidirse a narrarlo, cargué con la responsabilidad para que fueran los demás los que pudieran reunirse en torno a un balón, pero de otra manera, convengamos que literaria. Apelando a las nostalgias y a los códigos genuinos de este deporte, que ante todo es un juego, me dediqué a pasearme por la vida normal de las gentes que nunca son protagonistas, de aquellos que jamás saldrán en las portadas de ningún diario, a no ser que sea por motivos desgraciados. Me tomé la licencia de convertirlos en personajes importantes, dignos de merecerse unas páginas y un pequeño homenaje, aunque éste partiera de la pluma de un escondido y loco juglar. Titulé a mi segundo trabajo “De cómo el fútbol se convirtió en sentimiento”. Sigo convencido de que todos esos viejos que ya sólo recuerdan y desean contar entrañables y lejanas historias, y esos jóvenes que sueñan con ser Zidane o Ronaldinho necesitan del fútbol que les escribí. Estoy seguro de que a muchos futboleros de cualquier edad les tocará dentro y se sentirán reconfortados al revivir experiencias que supusieron pequeñas e indestructibles gotas de felicidad en su vida. Cuando agoté el romanticismo -soy de los que piensa que en el fútbol (como en la vida) lo primordial no es el resultado- y la nostalgia (el tercer libro “El viejo balón de reglamento” se centra en ella), construí otro, remodelando todo lo anterior y rescatando relatos desperdigados por los cajones de mi pupitre (“Fútbol para antes de dormir”) destinado a los más jóvenes. Espoleado, inquieto, molesto por la invasión de tanto juguete de laboratorio y tanta tontería cibernética, pregono el valor de los juegos “primitivos”, y con el pretexto del fútbol aprovecho y les hablo de autenticidad, de criterios ajenos al éxito a cualquier precio, de valores como el compañerismo, el sentido del grupo, la necesidad de ser coherente, la importancia de la simplicidad y la fidelidad. Si diera clase a muchachos de entre catorce y veinte años, lo propondría como lectura preferente a lo largo del curso. Como parece ser que a las editoriales les cuesta decidirse por los libros de relatos, a sabiendas que no era lo mío, armé una trama y surgió una ¿novela? “El último pisador” la titulé. Un canto a la amistad y al amor al fútbol, desde una perspectiva un tanto intimista y triste en donde los niños del desamor y el sinsentido adquieren un papel nuclear. Comencé con una sexta, “Fútbol mínimo”, pero en la página 84 me detuve impulsado por una necesidad íntima de escribir sobre otras cosas. Así que dejé el fútbol. (¡Aleluya!, exclamaron mis más fieles seguidores).
En uno de mis relatos más entrañables, le robé a Patrick Süskind, autor de “El Perfume”, a su protagonista Grenouille, con la pretensión de que me indicara a qué olía el fútbol. Al final, me condujo hasta el jardín donde un anciano (Don Alfredo Di Stéfano) reposaba mansamente sentado sobre un banco con su gabán, su bastón y su gorra de cuadros. He de decir que estas casi mil páginas que escribí también huelen a fútbol, pero al que surge de dentro, lejos de las modas, los intereses mediáticos, el oportunismo periodístico, la estupidez cretina de tanto intruso que se coló en un juego universal y acogedor. Siempre pensé que la fuerza de mis escritos, posiblemente necesitados de una mayor calidad literaria, reside en su fondo, en la profunda convicción procedente de alguien que piensa que la vida, acompañada por un balón de reglamento y unos cuantos amigos, como dice el otro, “puede ser maravillosa”.
Repartí mis cuadernos a familiares, amigos, conocidos, mujeres del otro sexo nada identificadas con el fútbol, no fuera a ser que mis textos fueran infumables. Al final una crítica unánime: se leen muy fácil, te picas, son “superentretenidos”. A los que les gustaba leer y no el fútbol, les acabó interesando el fútbol; a los que les gustaba el fútbol y no leer, se les hizo fácil leerlo. ¡Qué más quería yo! (Al igual que Grenouille, me sentí con cierto poder para seducir al lector de turno).
Después de esta perorata improvisada, mi cabeza me demanda una aspirina efervescente (puede que a ustedes otra) y mi estómago, algo sólido pues con la emoción del momento me dieron las doce sin cenar. Mi alma, por su parte, acostumbrada al ejercicio de la humildad y la modestia, heredadas ambas de una educación cristiana en toda regla, lo que necesita es un confesor tras semejante sobredosis de vanidad, engreimiento y autopromoción.
Como ya cantó Sabina, “si no hubiera arriesgado, tal vez me acusaría de quedarme colgado en Calle Melancolía, y eso sí que no...”. Un saludo y perdón por estos cinco minutos robados.
(Soy Javier García Zuazo. Vivo en Vitoria.
Mi e-mail: jagarzu@yahoo.es. Mi número de pie: un 42).
A continuación aparecen los libros, sus fechas y unos flashes que dan una idea de cada trabajo. Aproveché las dedicatorias, los prólogos, las contraportadas, incluso los índices para mostrar este pequeño universo futbolero. Ni que decir tiene que nunca se publicó ninguno de ellos, a pesar de las numerosas tentativas. Pero sí que guardo los manuscritos, por si a algun@ le interesa ojearlos. A excepción de "El último pisador", el resto de los trabajos se organizan a base de relatos más o menos conexionados entre sí, con un hilo conductor casi siempre perceptible.
1. canchas de arena.
año 2004
Tras largos años de investigación, los estudiosos no han podido determinar en qué época y en qué lugar se sitúa el origen de la pelota.
El interrogante se acrecienta aún más a la hora de determinar el punto exacto en el que surge ese impulso instintivo e incontrolable que induce a tocar la pelota con el pie.
Los magos y adivinos, por su parte, encerrados en sus vetustos laboratorios, tratan de desentrañar la fórmula de la pócima que conduce a los niños a jugar con un balón durante horas, acción que produce en ellos un efecto cercano a la hipnosis.
Los pedagogos no acaban de ponerse de acuerdo sobre las consecuencias psico-sociales que puede llegar a originar en el muchacho la práctica de tan legendario juego.
Otros, ni estudiosos, ni adivinos, ni pedagogos, hemos llegado a la conclusión de que observar a los niños mientras se divierten con un balón en los pies, constituye uno de los espectáculos más limpios y maravillosos de la historia de la humanidad.
Cuando por fin estudiosos, magos y pedagogos lograron llegar a alguna conclusión sobre el eterno problema de los niños y la pelota en los pies, hubieron de enfrentarse a un enigma aún mayor si cabe, lo cual provocó en todos ellos un profundo e indescriptible sentimiento de impotencia e incredulidad.
¿Qué diabólico efecto magnético puede ejercer ese dichoso objeto redondo que, no saciados con lo sucedido en la infancia y juventud, conduce a los hombres de edades ya maduras a aventurarse tras una pelota, disfrutando mientras la tocan y la acarician, como si aquella les hubiera regalado una segunda juventud?
A todos ustedes que se sienten orgullosos de ser futboleros, y en especial, a los que sin abandonar nunca la práctica del juego, cerraron las puertas a un futuro futbolístico dando prioridad a motivaciones y vocaciones personales, difíciles de expresar y sujetas, unas veces, a imperativos de las circunstancias, otras a planteamientos altruistas. Teniendo la libertad para elegir, optaron por resituar el fútbol en un segundo plano, a sabiendas de que él ocuparía siempre un lugar privilegiado. A ustedes, que se dieron cuenta, tarde o temprano, de que la renuncia fue grande y recuerdan el pasado con nostalgia, sabiendo que no volverá.
2. de cómo el fútbol se convirtió en sentimiento.
año 2005
GUÍA DE LECTURA
PARTE PRIMERA O INTRODUCTORIA (en la página 6)
En donde el autor, con denodados esfuerzos, tratará por todos los medios,
de prevenir al inocente y confiado lector e informarle sobre
los derroteros por los cuales discurrirá la presente obra.
PARTE SEGUNDA O SIGUIENTE (en la página 22)
Que abunda sobre una manera concreta de ver y de sentir aquel juego llamado fútbol,
la cual es tildada por muchos como trasnochada y romántica,
lírica, estúpida e, incluso, perifrástica.
PARTE CUARTA O CONCLUSIVA (en la página 134)
Que pretende dar por terminado este recorrido “sui generis”
por el fútbol, lugar en el que habitamos usted y yo.
3. el viejo balón de reglamento.
año 2006
Dedicado a los nostálgicos del fútbol, sea cual sea su edad, a los que aún sienten un leve escalofrío cada vez que ven una pelota de cuero, a los que son incapaces de vivir lejos de la presencia de un balón de reglamento.
Sin saber muy bien cómo e impulsado por una fuerza misteriosa de carácter esférico, me encontré frente a la desvencijada puerta que daba paso al sombrío desván de la memoria. Forcé el roñoso candado y avancé por una estrecha escalera a través de la cual se deslizaba una añeja balada entre las telarañas y las rendijas de las sucias paredes. Aquella música estaba compuesta de recuerdos, de episodios recónditos, de escenas olvidadas que escapaban por debajo de las puertas, que traspasaban las tapas de los baúles, que superaban la oscuridad de los tristes camarotes...
En un solitario rincón, como olvidado, tímido, tranquilo e inocente, allí reposaba él. Era un viejo balón de reglamento; aquel que deseábamos poseer cuando niños, aquel que daba sentido a nuestra infantil alegría. Precisamente el mismo que sigue llenando de felicidad las vidas de muchos infelices, el mismo que ha propiciado que usted, desconocido lector, y yo emprendamos esta singular visita por el museo de nuestras nostalgias.
4. el último pisador.
año 2007
INTRODUCCIÓN
En primer lugar, debo confesar que elegí un mal día para comenzar un nuevo libro. ¿O tal vez no? A veces lo dudo y me da por pensar que estoy ante la fecha idónea para comenzar esta historia. Reconozco que la tristeza me envuelve; sin embargo, he de admitir que me siento a gusto e incluso disfruto y me regodeo en una suerte de movimiento pseudo-masoquista. Abocado hacia el intimismo y proyectado hasta aterrizar en la más absoluta de las subjetividades, me siento incapaz, por otro lado, de superar lo que ayer me brindó la historia del fútbol, que pareció detenerse para que algunos sentimentales como un servidor pudieran digerir un párrafo de la misma: el que se escribió el 25 de abril de 2006.
Anoche, como si se tratara de un plan trazado por una malvada bruja salida de un cuento infantil, confluyeron dos acontecimientos que, insisto, me sumieron, a modo de atropello, en un incómodo desconsuelo. Zinedine Zidane, Zizou para los amigos -conste que casi me considero uno de ellos, debido posiblemente a la admiración que le profeso-, adelantaba en la televisión francesa el anuncio irrevocable de su retirada del fútbol profesional al finalizar el Mundial de Alemania 2006.
Por su parte, y presumiblemente tocado por la truculenta varita mágica de la dichosa bruja, Riquelme telegrafiaba al portero alemán del Arsenal, un tal Lehmann, el penalti de la esperanza para su equipo y para todos los que nos hemos vuelto, sin querer, hinchas románticos y amarillos del Villarreal y de un fútbol humilde, diferente e impregnado del ritmo argentino impuesto por Juan Román. El idílico sueño de disputar la final de la Champions se había convertido, de repente, en una oscura y macabra pesadilla. Hasta llegué a pensar, presa de un delirante y creciente malestar, que, tal vez, Riquelme, sumergido a su vez en un profundo pesar por el anuncio del francés -su gran ídolo excepción hecha de Maradona-, se quiso sumar a semejante disgusto marrando el penalti.
Estos dos desdichados acontecimientos se convirtieron involuntariamente en el punto de partida desde donde arrancan estas páginas. (Téngalo el lector bien presente a lo largo de toda la obra).
La historia que aparece a continuación debería concluir justo la noche en que termina de disputarse el Campeonato del Mundo de Alemania 2006, es decir, allá por el nueve de julio, momento culminante de la felicidad máxima en lo referente al fútbol: alzar la Copa Jules Rimet.
Al menos, por ahí discurren las intenciones del autor, aunque seguro no faltarán intrusos que intenten despistarlo, retrasando con ello el oportuno final. Quizás, de manera instintiva, conmovido sobremanera por todo lo relatado, triste y afectado por la melancolía, estaré por entonces (al igual que ahora) anhelando simple y llanamente el reencuentro con la alegría y la sensación de bienestar que desde niño me proporcionó el fútbol.
CONTRAPORTADA
Semifinales de la Liga de Campeones. 25 de abril de 2006: Juan Román Riquelme falla un penalti que detiene el portero del Arsenal, con lo que se desvanecen las esperanzas del Villarreal para acceder a la gran final de París.
9 de julio de 2006. Final del Mundial de Alemania: Italia y Francia se dan cita para dilucidar quién se proclamará campeona del mundo. Último partido de Zidane, que se despide para siempre del fútbol profesional, según ya anunció en la noche del pasado 25 de abril.
Durante estos dos meses y medio sucedieron otro tipo de asuntos relacionados con el fútbol, por supuesto. Y con la vida cotidiana, como es normal.
Así, Germán, el protagonista involuntario y principal de nuestra historia, se topó con determinadas y no siempre agradables escenas de su pasado que le empujaron a escribir un nuevo libro, en esta ocasión sobre el fútbol y la tristeza. Sus inseparables amigos, Marce, Eduardo y Pablo le acompañaron en interminables tertulias futboleras, ya de pie junto a la barra, ya cómodamente sentados en una mesa de la cafetería en torno al desayuno.
Acudieron también a la cita niños y jóvenes desarraigados, hijos del arrabal y el desconsuelo; recuerdos trágicos, momentos íntimos de verdadera amistad, deseos, sueños, buenas intenciones, esperanza y melancolía, fútbol a todo trapo…, ingredientes todos de una obra que nació iluminada por el bello término argentino referido a los pisadores, estirpe especial (y en vías de extinción, por desgracia) de jugadores que cuando tienen la pelota en los pies sólo piensan en acariciarla, acunarla, mecerla para, por fin, devolverla al compañero envuelta en un manto de cariño y complicidad.
Para Germán, especialmente el último de ellos, simboliza los valores únicos y los códigos indestructibles pertenecientes a un fútbol genuino y eterno.
5. fútbol mínimo
año 2007
La última página que escribí sobre fútbol.

Dejo el fútbol. Valga esta frase como despedida. No caeré en repetir el tópico típico afirmando que esto no es un adiós sino un hasta luego. Más bien es un me despido, pero casi no me atrevo a decirlo, un me voy, pero me quedo. Han sido tres años jugando al fútbol delante de un teclado de ordenador. Y siento que esto toca a su fin. Sin forzar nada. Espontáneamente. Algo desde dentro me dicta que es hora de dar paso a nuevas páginas, a nuevas ideas lejos del fútbol. Hasta ahora, para mí, escribir sólo era posible si aquél se convertía en el protagonista. Hoy, instigado por no se qué musas, intuyo que algo debe cambiar. Seguramente, mis allegados, familiares y amigos que ¿disfrutaron? mientras leían mis manuscritos se vean aliviados pues deben estar hartos de leer sólo fútbol. ¿Por qué no te animas a escribir sobre otras cosas? Mi respuesta, ya conocida, consistía en argumentar que el fútbol me servía para relatar la realidad que me rodeaba.
Hasta yo me he cansado. Buscar conexiones continuamente entre la pelota y la vida; intentar rescatar episodios escondidos que tuvieran que ver con el balón comenzaba a hacérseme pesado. Incluso cada vez era más fuerte la sensación de que andaba repitiendo lo mismo de maneras diferentes, dando nuevos giros de tuerca que acababan por aterrizar en las conclusiones y las convicciones de siempre.
Debo agradecer al fútbol, una vez más, lo mucho que me ayudó pues posiblemente si no hubiera sido por él nunca me habría sentado a escribir nada coherente o, al menos, extenso. Ahora que parece ser he descubierto que hay literatura en mi interior más allá de él, debo guiarme por ese sexto sentido que me impulsa a experimentar nuevas aventuras sobre el papel.
Quién sabe si dentro de un tiempo nos volvemos a encontrar alrededor de estas peculiares canchas que nos convirtieron en amigos y confidentes. Por una vez, quizás por ser la última, me salió escueta la despedida, respetando incluso las directrices del principio: no excederme más allá de una página.
6. fútbol para antes de dormir.
año 2007
CINCO PÁRRAFOS PARA EMPEZAR
- - - - - ¿Te preguntaste alguna vez a qué huele el fútbol? ¿Te has percatado de que los tendederos de los balcones de tu barrio lucen más lindos cuando hay camisetas de algún equipo recién lavada en ellos? ¿Has sentido en ocasiones que la victoria se disfruta más cuando se ha jugado bien? ¿Has agradecido su labor gratuita y escondida a los utilleros del equipo y a los voluntarios que pintan las rayas de cal cada sábado, cada domingo, antes del partido? ¿Has pensado que existe fútbol más allá de los grandes equipos, las grandes ligas, las grandes figuras? ¿Qué pesa más la alegría de los vencedores o la amargura de los que perdieron? ¿Por qué los aficionados dan tanta importancia a la lucha, al sacrificio, a la supuesta hombría y minutos más tarde se rinden ante una jugada mágica realizada por el “menos masculino”? ¿Qué siente el delantero cuando falla un penalti? ¿Y el portero cuando se tropieza y se da contra el poste en la cabeza? ¿Por qué los grandes cracks generan tanta polémica? ¿No habrá mucha envidia de por medio? ¿Qué es primero: el entrenador y su pizarra o el talento y la iniciativa del jugador? ¿Por qué los jugadores llevan cada vez más tatuajes? ¿Por qué los jugadores de hoy en día son tan altos? ¿Qué siente un niño cuando al empezar la temporada llega al Bernabéu y se da cuenta de que Zidane no volverá a jugar allí nunca más? ¿Qué piensa un hombre cuando ve cómo Juan Román Riquelme embarca en un avión rumbo a Buenos Aires para, seguramente, no regresar jamás al fútbol español? ¿Por qué todas estas preguntas son más difíciles de contestar si uno deja que “Streets of Philadelphia” del gran Bruce Springsteen calé en lo más profundo del alma mientras el resto de la ciudad duerme?... Me pasé los últimos cuatro años haciéndome preguntas de este tipo (de ahí que aparezcan personajes y acontecimientos pertenecientes a este lapso de tiempo). A la par, intentaba darles una respuesta más o menos coherente. De esta forma comenzó a tomar forma esta colección de relatos.
- - - - -Harto de las exageraciones y los juicios de unos; incapaz de elaborar los acertados y sensatos análisis de otros; indispuesto para verter cualquier tipo de crítica destructiva, me lancé a la tarea de encontrar “mi fútbol”. Retorné a mi infancia y a esos inolvidables momentos de amistad con una enorme pelota amarilla de goma; recordé a los compañeros de infantiles; rescaté sensaciones de aquellos partidos en juveniles disputados a menudo en austeras canchas de arena. No satisfecho con todo ello, me sumergí en los libros futboleros y en viejos álbumes de fotos en blanco y negro donde los futbolistas parecían señores serios con sus bigotes y sus camisetas remangadas hasta el codo. Reviví jugadas de antiguos Mundiales. Conseguí un balón y unas botas de los años sesenta recuperados por un anticuario en la Alemania del Este. Me percaté entonces, no sin cierto estupor, de que el fútbol siempre fue para mí algo muy próximo al sentimiento. Aunque, ¿existía mi fútbol? ¿O se trataba de una milonga que había compuesto completando una peculiar partitura a base de jugadores diferentes, de jugadas aisladas, de detalles y conversaciones, de confesiones trasnochadas, de lugares indescifrables, de locos escritos...? ¿Me estaría sucediendo lo que al bueno de Don Quijote que, hastiado de la mezquindad y bajeza que rodeaba su existencia y seducido por la virtud y la grandeza de las novelas de caballería, acabó por perder el juicio y confundir la realidad, instalándose definitivamente en un mundo ilusorio? Cansado de tanto fútbol descafeinado, modernizado, mecanizado, desvirtuado puede que me haya ido a refugiar en una especie de limbo creado a mi imagen. A pesar de las dudas decidí que debía contárselo a alguien. Como siempre se me dio mejor escribir que hablar, opté por comenzar a relatar esta particular historia de amor entre un hombre y un balón de fútbol, una trayectoria plagada de ironía, humor, nostalgia, tristeza, cariño... Pensé que tal vez algún día, a mis hijos les gustaría escuchar o leer lo que escribió su padre. Como todavía son pequeños y ni se lo plantean, dejemos que seas tú quien ocupe su lugar. Al menos me quedaré tranquilo y no tendré que lamentarme, arrepentido, dentro de unos años de no haberles dejado este pequeño legado. Tal vez para entonces no tenga ni fuerzas ni ilusión para ponerme frente a un teclado y comenzar con algo parecido a “el fútbol que no les conté a mis hijos...”.
- - - - - Sin, por supuesto, desdeñar, ¡válgame el cielo! todos los beneficios que nos aportó el progreso, la ciencia y la tecnología, pertenezco a esa extraña raza de románticos que prefieren al escritor frente a su vieja Olivetti, rodeado de una papelera llena de folios arrugados y rotos. El viejo lobo de mar queda más convincente con sus enormes y arrugadas cartas de navegación que con esos modernos tableros llenos de lucecitas que inundan el puesto de mando de la embarcación. No digamos nada del cartero, más o menos feliz, más o menos empapado cuando llueve, repartiendo cartas por los buzones de la ciudad. Y, sin embargo, ahí tenemos a sus modernos e insolentes competidores de hoy. Los ordenadores, los navegadores de a bordo, el correo electrónico, no dan tregua a sus desfasados y caducos ¿enemigos? Como dijo aquél sabio (creo que fue Pío Baroja) el progreso trajo consigo las prisas y de paso nos robó la calma y la capacidad de vivir a otro ritmo. En el mismo lote viajaban las urgencias, la competitividad, el individualismo, la ansiedad. Por eso creo que el fútbol, me refiero al genuino, y no a éste que algunos falsos profetas nos intentan vender, supone una buena medicina para combatir semejante plaga, aunque, por desgracia, el riesgo de infección es alto con tanta propuesta absurda en nombre del beneficio del juego; con tanta publicidad y modernidad que da prioridad a lo mediático, lo monetario, lo mercantil, olvidándose del alma de la pelota. De cualquier forma albergo la certeza de que cuando suena el pitido inicial y el balón se pone en juego todo vuelve a su ser. Ello me devuelve la confianza y la calma necesaria para no perder la esperanza en un juego cuyas reglas trascienden el tiempo y el espacio
- - - - - No siempre apetece leer grandes y gordas novelas, como tampoco, hablando de música, no siempre elegimos el mismo autor ni las mismas canciones. Existen momentos y lugares, estados de ánimo, días grises..., que demandan ser acompañados adecuadamente. Por eso, de cuando en vez se agradece una buen comic, un libro de cuentos, una antología poética o una revista del corazón. Para esta vez, te propongo una serie de relatos breves -unos más que otros- para que no te empaches, para que puedas acercarte al libro de manera relajada, sin necesidad de recordar lo que leíste el día anterior. Aunque pueda parecer pretencioso, a mí me hubiera gustado tener entre manos un libro como éste cuando tenía tu edad. Me tomé la molestia de investigar en el mercado y no conseguí dar con ningún ejemplar que conjugara fútbol con juventud. Puede que existan, no digo que no. Pero no los encontré. Lo cual me sirvió de estímulo para continuar con este particular proyecto literario. Siguiendo con el símil musical, a veces pienso que esto es una especie de recopilatorio cuyas piezas en su origen fueron escritas para alguien sin una edad concreta. Era el momento de adecuarlo para ti. Podía haber organizado un concierto en directo, pero preferí grabar un disco para ser disfrutado en privado, con los cascos y, a ser posible, de noche -recuerda el título-. Quizás por cobardía -no me sentía con fuerzas para enfrentarme de golpe a una muchedumbre- o puede que por eficacia -las cosas dichas al corazón en el silencio de la noche son sin duda más contundentes- opté por proponerte un libro para antes de dormir, para que durante una temporadita te durmieras pensando en el fútbol, pero de forma diferente a la que lo habías hecho hasta ahora.








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