Esto es Vitoria, y por las noches refresca. El caso es que cuando me he sentado en el pupitre de mi cuarto, ni la calidez musical de Privateering (de Knopfler), ni la proximidad etérea de un montón de amigos desde dentro de la pantalla, han logrado que entre en calor. Detrás de la puerta de la habitación estaba colgada una vieja chaqueta de pijama con manga larga que me ha venido muy bien.
Cuando me la he puesto he notado que no olía a recién lavada. Para cuando me di cuenta de que debía dejar la ropa perfecta para el próximo otoño, vino éste y se me echó encima. Cuántas veces la vi en el perchero y cuántas veces pensé que la tenía que meter en la lavadora. Ahora me he dado cuenta que se han pasado los meses, y los últimos días del anterior invierno han dado paso con descaro y sin tregua a las vísperas del otoño, engullendo los olores de la primavera y los calores del verano.
Ahora llegará la lluvia, se caerán las hojas y deberé buscar otra camisa de manga larga mientras rectifico y echo ésta a lavar porque me gusta estar presentable cuando hay visitas y oler a limpio cuando me escondo por la noche frente al ordenador del absurdo trajín que ocupa el día.

Nuevo comentario de Isabel Camblor.
ResponderEliminarLeo tu entrada en la que conviertes en lírica tu cotidianeidad y aparecen unas ideas que se suceden y que resultan ser ni más ni menos que el paso del tiempo concentrado en unos segundos. Tengo la sensación de que el cuarto mengua con cada paso de un nuevo otoño. Yo ya saqué mi ropa de otoño y de invierno, puse varias lavadoras y pasé horas planchando pero en ningún momento pensé en el paso del tiempo, ni nada a mi alrededor se hizo pequeño. Pero en tu texto sí lo he visto, he visto el paso del tiempo.