Quede claro desde el principio que este es un rincón un tanto soso para el visitante, a no ser que la curiosidad le pique más de la cuenta y quiera enterarse de qué escritores hemos conocido a cuenta de estas excursiones primaverales a la Feria del Libro de Madrid, que se celebra a principios de junio en el parque del Retiro y que se han convertido en una sana costumbre y en un momento entrañable en donde uno disfruta rodeado de los libros y sus autores.
Madrid, Feria del Libro 2007
En el año 2007, el día dos de junio, acudi por primera vez para intentar promocionar mis libros futboleros, para repartirlos de forma resumida entre los editores. Aquel año acudí yo solo, en un viaje relámpago de sábado: salí de Vitoria a las seis de la mañana en tren y regresé la madrugada del domingo a las cinco de la mañana acompañado por una cuadrilla de jóvenes ingleses que no hacían más que dar gritos y reírse, por lo que no pegué ni ojo en el viaje de vuelta. Recuerdo que llevaba un polo verde recién estrenado. Como me vestí a oscuras para no despertar a los de casa, no reparé en que llevaba incorporada una mancha justo en el medio de la pechera. Se conoce que tampoco me di cuenta el día que lo compré. No quiero pensar que les pasaría por la cabeza a aquellos que les entregué el panfleto cuando me vieran con la mancha, el macuto lleno de folios, la chamarra bajo el brazo por si hacía fresco (hizo un calor horrible durante todo el día) Aquel año acudí solo. A partir de 2008 se apuntó mi hermano. Y a partir de 2009 decidimos pernoctar en Madrid pues ir y venir en el día resultaba precipitado. Los motivos también cambiaron, y si en la primera fui a "promocionarme" como si fuera un vendedor ambulante, con lo mal que se me da eso, en las siguientes, que son ya cinco más, voy, vamos a disfrutar de los libros, los escritores y el ambiente que se respira en el Retiro. A continuación, el texto de la misiva:
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| 6 libros futboleros |
Me llamo Javier. ¡Hola! Me dedico a escribir cuando mis obligaciones laborales (trabajo en DHL como repartidor autónomo), mis niños -una de cuatro años y otro de cinco meses-, los quebraderos de cabeza procedentes de la hipoteca, el euribor y su puñetera madre, o la seducción que provocan en mí, obligándome a leerlos asiduamente, Fontanarrosa y Benedetti, me lo permiten. Si durante el día me afano en la pelea cotidiana con los paquetes, por la noche me las veo con las metáforas, las musas y los diptongos.
Como escritor o escribiente novel y anónimo, a menudo, casi siempre, uno no sabe cómo actuar en relación a la futura publicación de sus libros, y cuando por fin cree haber encontrado el camino, duda si acertará o lo mandarán a la mierda, como en esta ocasión, en la cual, en un alarde de descabellada intrepidez me he venido desde Vitoria hasta la Feria del Libro de Madrid en busca de vaya usted a saber el qué. Utilicé hasta la fecha variadas fórmulas de aproximación al mundo editorial a ver si alguien me daba bola: fórmulas timoratas y clandestinas, ondeando la bandera de la modestia y la comprensión; otras, peregrinas e inciertas, como elaborar un muestrario con fragmentos de mis libros; algunas, las llamaré telefónicas, en donde obtuve frías y desalentadoras respuestas; incluso las hubo dilatadas -las fórmulas, se sobreentiende-: “este curso tenemos ya todo planteado. Habrá que esperar al siguiente”. Hoy, lejos de mi estilo, me agarraré a una nueva estrategia, más agresiva y directa, intentando vencer al timorato que llevo dentro, emulando a esos intrépidos e incansables vendedores -a los que me afano en esquivar cada vez que los veo- que intentan colocarte el producto como sea y donde sea. Tal vez así capte la atención de alguien. Seguramente no, obligándome a añadir la novedosa táctica a mi lista de despropósitos. De cualquier forma puede que hasta me haya divertido intentándolo mientras me paseo por el Retiro jugando a ser el vanidoso, aventurero y engreído que no soy. Me encomendaré a los dioses y a las musas más que a mi sospechosa intuición, en este caso masculina, y les suplicaré que alguien, aunque sea sólo uno, muestre el más mínimo interés por mi esforzado trabajo.
Tengo escritas cinco obras. Todas giran en torno al fútbol. (Por favor, no se detengan aquí que ya estoy oyendo “¿Fútbol? Se veía venir. Vamos a tomarnos un café y tira eso a la papelera”). Comencé a escribir tímidamente sobre fútbol por una necesidad personal. Así nació “Canchas de arena”. No lo debí hacer tan mal y gané un accésit en el tercer certamen del Libro Deportivo organizado por el diario Marca. Lo que me impulsó a seguir fue la seguridad y la certeza de que había muchos esperando leer esas páginas. Sin ir más lejos, yo también hubiera aguardado en la fila de espera. Al final, como nadie parecía decidirse a narrarlo, cargué con la responsabilidad para que fueran los demás los que pudieran reunirse en torno a un balón, pero de otra manera, convengamos que literaria. Apelando a las nostalgias y a los códigos genuinos de este deporte, que ante todo es un juego, me dediqué a pasearme por la vida normal de las gentes que nunca son protagonistas, de aquellos que jamás saldrán en las portadas de ningún diario, a no ser que sea por motivos desgraciados. Me tomé la licencia de convertirlos en personajes importantes, dignos de merecerse unas páginas y un pequeño homenaje, aunque éste partiera de la pluma de un escondido y loco juglar. Titulé a mi segundo trabajo “De cómo el fútbol se convirtió en sentimiento”. Sigo convencido de que todos esos viejos que ya sólo recuerdan y desean contar entrañables y lejanas historias, y esos jóvenes que sueñan con ser Zidane o Ronaldinho necesitan del fútbol que les escribí. Estoy seguro de que a muchos futboleros de cualquier edad les tocará dentro y se sentirán reconfortados al revivir experiencias que supusieron pequeñas e indestructibles gotas de felicidad en su vida. Cuando agoté el romanticismo -soy de los que piensa que en el fútbol (como en la vida) lo primordial no es el resultado- y la nostalgia (el tercer libro “El viejo balón de reglamento” se centra en ella), construí otro, remodelando todo lo anterior y rescatando relatos desperdigados por los cajones de mi pupitre (“Fútbol para antes de dormir”) destinado a los más jóvenes. Espoleado, inquieto, molesto por la invasión de tanto juguete de laboratorio y tanta tontería cibernética, pregono el valor de los juegos “primitivos”, y con el pretexto del fútbol aprovecho y les hablo de autenticidad, de criterios ajenos al éxito a cualquier precio, de valores como el compañerismo, el sentido del grupo, la necesidad de ser coherente, la importancia de la simplicidad y la fidelidad. Si diera clase a muchachos de entre catorce y veinte años, lo propondría como lectura preferente a lo largo del curso. Como parece ser que a las editoriales les cuesta decidirse por los libros de relatos, a sabiendas que no era lo mío, armé una trama y surgió una ¿novela? “El último pisador” la titulé. Un canto a la amistad y al amor al fútbol, desde una perspectiva un tanto intimista y triste en donde los niños del desamor y el sinsentido adquieren un papel nuclear. Comencé con una sexta, “Fútbol mínimo”, pero en la página 84 me detuve impulsado por una necesidad íntima de escribir sobre otras cosas. Así que dejé el fútbol. (¡Aleluya!, exclamaron mis más fieles seguidores).
En uno de mis relatos más entrañables, le robé a Patrick Süskind, autor de “El Perfume”, a su protagonista Grenouille, con la pretensión de que me indicara a qué olía el fútbol. Al final, me condujo hasta el jardín donde un anciano (Don Alfredo Di Stéfano) reposaba mansamente sentado sobre un banco con su gabán, su bastón y su gorra de cuadros. He de decir que estas casi mil páginas que escribí también huelen a fútbol, pero al que surge de dentro, lejos de las modas, los intereses mediáticos, el oportunismo periodístico, la estupidez cretina de tanto intruso que se coló en un juego universal y acogedor. Siempre pensé que la fuerza de mis escritos, posiblemente necesitados de una mayor calidad literaria, reside en su fondo, en la profunda convicción procedente de alguien que piensa que la vida, acompañada por un balón de reglamento y unos cuantos amigos, como dice el otro, “puede ser maravillosa”.
Repartí mis cuadernos a familiares, amigos, conocidos, mujeres del otro sexo nada identificadas con el fútbol, no fuera a ser que mis textos fueran infumables. Al final una crítica unánime: se leen muy fácil, te picas, son “superentretenidos”. A los que les gustaba leer y no el fútbol, les acabó interesando el fútbol; a los que les gustaba el fútbol y no leer, se les hizo fácil leerlo. ¡Qué más quería yo! (Al igual que Grenouille, me sentí con cierto poder para seducir al lector de turno).
Después de esta perorata improvisada, mi cabeza me demanda una aspirina efervescente (puede que a ustedes otra) y mi estómago, algo sólido pues con la emoción del momento me dieron las doce sin cenar. Mi alma, por su parte, acostumbrada al ejercicio de la humildad y la modestia, heredadas ambas de una educación cristiana en toda regla, lo que necesita es un confesor tras semejante sobredosis de vanidad, engreimiento y autopromoción.
Como ya cantó Sabina, “si no hubiera arriesgado, tal vez me acusaría de quedarme colgado en Calle Melancolía, y eso sí que no...”. Un saludo y perdón por estos cinco minutos robados.
(Soy Javier García Zuazo. Vivo en Vitoria.
Mi e-mail: jagarzu@yahoo.es. Mi número de pie: un 42).
Mi e-mail: jagarzu@yahoo.es. Mi número de pie: un 42).
Entregué dicho documento a las siguientes editoriales:
Clan, Tutor, De la Torre, Hispania Libros,Ciudad de Argentina, Siruela, Edelvives, Anaya, Edaf, Salamandra, Paidos, Acantilado, Maeva, Kailas, Asociación de Editores Andaluces, Lengua de trapo, Trama, Nausicaá, S.M, Funambulista, Everest, Edebé, Pearson. Además les entregué uno a Andrés Newman, Andrés Trapiello y a Roberto, cuyo apellido no apunté pero que participó en uno de los certámenes de Marca.
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| Pasquines y mapas de la Feria |
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| Isabel Camblor
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Me traje libros firmados de Raquel Sánchez silva, Mercedes Castro e Isabel Camblor, que es la protagonista indudable de este año. Me dio la dirección de su blog y me animó a que le escribiera. Desde entonces, durante años, siempre que le escribí me respondió de inmediato. Conocimos a Cora Tiedra, de Kailas editorial. Fue imposible estar con Galeano. Recuerdo que compré el Ulises, de Joyce, en bolsillo, porque es un clásico y es de los que se deben tener en las estanterías, aunque no haya intención alguna de leerlo.
Por aquel entonces, aunque me salga del tema, anoto en la libreta una frase de Babelia, escrita por Antonio Muñoz Molina que dice:
"QUE UNA OBRA DE ARTE
TENGA MUCHO ÉXITO DICE
TAN POCO SOBRE ELLA
COMO QUE NO TENGA NINGUNO".
Madrid, Feria del Libro 2009
Aquel año, abandonado ya el fútbol hacía tiempo, y con En doble fila en la mochila, me llevé un folio por las dos caras hablando del autor y de su última obra. Lo fui entregando muy selectivamente en un sobrecito cerrado. La verdad no sé cuántos repartí. Hélo aquí:
El autor...
Javier Zuazo, cuyo primer apellido es García, nació en Vitoria en 1964. O sea que ya tiene una edad, aunque su aspecto rubicundo le reste algunos años, tampoco muchos. Tras estos datos imprescindibles, deberían aparecer ahora sus titulaciones, estudios, su ridiculum vitae, poesías, ensayos, novelas editadas, además de una serie de pamplinas que por lo visto proporcionan al confiado lector la garantía de que no va a malgastar su dinero. (Por si aporta algo de tranquilidad, se pasó cinco años en la Universidad , aunque para lo que le ha servido...). Para que conste en acta, su abuelo paterno Agustín, desaparecido como tantos en la guerra del 36, escribía poesía y amaba los libros. Aparte, el niño Javier en sus años de EGB confeccionaba originales redacciones y apenas si cometía faltas de ortografía en los dictados. Ya mayor, se inició oficialmente en la escritura eligiendo el fútbol, su otra gran pasión, (¡vaya fundamento!) como tema de apoyo para relatar experiencias escondidas. Hasta obtuvo un premio secundario en el tercer certamen literario organizado por el diario Marca. A excepción de algunos artículos en los satinados Suplementos Dominicales o en las Cartas al Director nunca se publicó nada suyo. A lo mejor ya va siendo hora. Su club de fans, sufridores/as incondicionales, anónimos y ciegos, aunque rieron a carcajadas con sus páginas, así lo creen y lo desean, entre otras cosas para que deje de darles el coñazo con sus manuscritos. Actualmente, desde hace ya más de quince años, se dedica al transporte, y encima es autónomo, ¡menudo porvenir! Por las noches, como las lechuzas, no le queda otra, escribe si sus dos hijos (os quiero, Rebeca, Daniel) le dejan. Amén.
… y su (última) obra
Van pasando los días, los meses, los años. Para cuando nos queremos dar cuenta resulta que tenemos aquella edad que siempre adjudicamos a nuestros padres. Jorge Manrique y sus coplas se hacen presentes y de cuando en vez resuena en el interior del oído izquierdo el eco de aquellos famosos versos: cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando. Y en este loco devenir hegeliano se nos escapan muchos detalles producto de ese ser despistado e irreflexivo que todos llevamos dentro. Sin ir más lejos, cuando compramos el pan, el periódico, los huevos, el jamón de pavo para los niños, las aspirinas efervescentes, los zapatos de verano, un paraguas, un libro, un teléfono móvil... pasamos por alto una realidad rotunda y escalofriante: todo aquello estaba en la tienda porque alguien lo trajo. Interesante cuestión. Ese alguien, en el noventa y siete por ciento de los casos, es un repartidor (que en el noventa y ocho por ciento de los casos aparcó “EN DOBLE FILA” -título del libro-). Tras estudiar en la Universidad durante un tiempo y deambular de aquí para allá durante otro -sería muy largo de contar- desemboqué en dicho oficio hace ya quince años. Y ahí sigo, peleando con las urgencias, el tráfico y los paquetes, para dar de comer a mis hijos y poder cumplir con mis deberes hipotecarios puntualmente. El destino, en el que no creo, fue quien me empujó a escribir este libro, a pesar de que hasta entonces sólo lo hacía sobre el fútbol. ¿Acaso la historia me tenía reservado este lugar? Quizás pueda descansar en paz algún día -espero que lejano- satisfecho por haber cumplido con la misión que los dioses me encomendaron: mostrar a la sociedad una realidad cercana, aunque desconocida, y levantar el ánimo, la moral y la reputación de un colectivo, gracias al cual los ciudadanos pueden disfrutar de unas botas de invierno, un folleto de viajes para planificar sus vacaciones o unos yogures desnatados con bífidus activo. (A no ser por los anuncios de la cerveza San Miguel en vísperas de importantes acontecimientos deportivos, en donde los repartidores comparten protagonismo con los mediáticos y apuestos jugadores, estos personajes continuarían sumidos en el más absoluto ostracismo y siendo objeto de las más duras críticas por aparcar -o vivir- en doble fila). Creo que a nadie hasta la fecha se le había ocurrido describir la vida cotidiana y las peripecias y tribulaciones tragicómicas que la envuelven desde la perspectiva que otorga la cabina de un camión de reparto. A medida que avanzaba en el relato se fueron agregando, a veces sin pedir permiso, la ternura de los niños, la belleza de las mujeres, la calma de los ancianos, el sosiego de la Naturaleza , el ruido de la ciudad, la soledad, los amores imprevistos, la extraña desazón que nos invade cuando cumplimos los cuarenta, la sigilosa y rotunda presencia de la muerte... Cuando lo terminé, llegué a pensar incluso, que tampoco era tanta la diferencia entre lo vivido por nuestro protagonista y lo que le puede suceder a cualquier mortal, al fin y al cabo todos participamos en esta película disparatada que es la existencia. Si se publica el libro -espero que no sea a título póstumo-, mis dos hijos podrán comentar -orgullosos, aunque puede que confusos- entre sus compañeros de clase: “mi papá es un repartidor que escribe” o “mi papá es un escritor que reparte” o “mi papá está como una regadera” (opino que es la más correcta y posiblemente la única que los niños comprendan). Como dice Sabina en uno de sus poemas cantados, me despido, pero me quedo, por si alguien se decide a dar bola a un escribano poco ortodoxo, harto de finales felices, héroes americanos, elixires de la eterna juventud y catedrales que contemplaron impasibles el paso de los siglos.
Javier Zuazo jagarzu@YAHOO.ES
Aparte de eso fue una Feria muy provechosa.
Nombres propios:
Toti Martinez de Lecea: Tomamos con ella un café el domingo antes de la Feria. Le entregué un sobre. Habló mucho. Es que habla mucho. Me dijo que lo iba a mover, con Erein, etc. Me llamaría. Hasta hoy.
Belén, de Kalandraka: Encantadora, desde entonces Kalandraka recibe nuestra visita obligada y siempre cae algún libro para los niños. Los libros que publican son alucinantes. Coincidió que yo entregué en Llodio los ejemplares de El león Kandinga, a Boniface Ofogo, su autor.
Cora y Marta, de Kailas: Les hable´de que les había enviado el manuscrito en el mes de octubre de 2008. Días después ya en Vitoria, tras hablar con Marta por teléfono me enteré de que se había extraviado.
Isabel Camblor: Este año no firmaba, así que estuvimos por el Retiro durante casi dos horas con ella y con su hijo, Pablete. Un encanto. Nos comprometimos a participar más activamente en su blog.
Nuria Roca: Yo ya había leído Sexualmente y me sorprendió por su tono desenfadado. Así que fui a por el de los caracoles, su nueva novela. Me la dedicó y le entregué un sobre. Eso fue el sábado por la tarde, en la caseta de VIPS. El domingo por la noche, día 31 de mayo, me llamó al móvil a las 22 horas diciéndome que le había gustado lo del sobre y que le enviara a su domicilio el manuscrito de En doble fila, que lo quería leer y se lo daría a su editora. (Menudo subidón). Aunque luego no terminara en nada.
Luis García Montero: Pudimos asistir a la presentación de su primera novela (el siempre escribe poesía) en recuerdo de Ángel González, Mañana no será lo que Dios quiera. En el acto participaron Sabina, que leyó en texto precioso sobre el libro y sobre el poeta fallecido y asistieron numerosas personalidades del mundo de la cultura, la política, etc: Fernando León, Almudena Grandes, Miguel Ríos, Cándido Méndez, Juan Cruz. Al dia siguiente compré la novela, casi obligado por las circustancias. No la leí hasta diez meses después. ES EL MEJOR LIBRO QUE HE PODIDO LEER HASTA AHORA. Y encima tengo la suerte de haber podido acudir en directo a su presentación.
A parte de esto estuvimos de pasada con Fernando Iwasaki, Maruja Torres, Andrés Newman, Manu Carreño y Juanma Castaño, Angel F. Fermoselle.
Madrid, Feria del Libro 2010Visita a Kalandraka y Bruño para comprar algún regalo a los niños.
Carlos Salem me dedica Camino de ida. Muy recomendable este autor. Cualquiera de sus libros son muy entretenidos y además ahonda en la condición humana de una manera muy sugerente.
David Monteagudo me dedica Fin,novela en la cual se basará una próxima película, ahora antes de final de 2012.
Estuvimos conversando con García Montero sobre su novela del año pasado. Tuve la osadía de regalarle un Tres relojes de arena, de esos 20 que encuaderné en plan bonito. Me pidió que se lo dedicara. También estuvimos con Mercedes Castro y con Rosa Montero, que nos dedicaron sendos libros, que yo había traído de Vitoria con esa intención.
Estuvimos con Isabel Camblor, su marido y su hijo el sábdo por la tarde.Un rato muy agradable.
Madrid, Feria del Libro 2011
Mi hermano estuvo con Mendicuti, Taibo, Paul Preston, Iñaki Gabilondo, Almudena Grandes.
Un servidor con Eloy Moreno, el del bolígrafo de gel verde, un tío cercano y familiar; Saifier, el de Madito Karma (no pude con él); Nuria Roca y su marido Juan del Val (se acordaban de la historia de hacía dos años). Yo, pesado como yo solo, les regalé otro Tres relojes de arena, conun sobre dentro, no de dinero, estaría bueno, una misiva de las mías. Por cierto, su novela Para Ana (de tu muerto), un poco porno.
María Dueñas, contar todo pronóstico (es que empezó a jarrear y nos refugiamos justo en la caseta donde firmaba ella y no había nadie) me dedicó El tiempo entre costuras, que leería diez meses después. Tiene algo esa mujer en su forma de narrar que me hizo retroceder en el tiempo. Más que la trama del libro, que era interesante, me llamó la atención eso. Era la caseta de Top Books, cuya dueña es de Bilbao (bastante hemos hablao). Muy majas las dependientas y ella también. Además su abuela era de Llodio, mira tú por donde.
Repetimos con Carlos Salem y con Luis García Montero, el maestro.
Este año la cosa había cambiado. En doble fila estaba en la imprenta cocinándose. No obstante esa afición mia por repartir panfletillos había arraigado, así que reparté media docena avisando de la pronta publicación del libro. Los afortunados fueron Marta Rivera de la Cruz, Boris Izaguirre, Joaquín Berges, y Belén, la de Kalandraka. A todos ellos les compré un libro, qué menos que "soportar" mi generosidad.
También le entregué uno a Diana Zaforteza, editora de Alfabia, una chica joven y arriesgada. Les anoté mi correo electrónico. Tranquilos, que nadie ha dicho ni mú.







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