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EN DOBLE FILA


¡Cuidado con Javier Zuazo! Es un embustero. Su novela EN DOBLE FILA no nos cuenta una historia, sino que nos sube a una montaña rusa para llevarnos de la carcajada al llanto, pasando por los vértigos y los calambres que uno experimenta cuando es capaz de escuchar los sonidos procedentes de su interior. No contento con ello se pone juguetón y nos plantea un crucigrama en el que nos veremos obligados a entrecruzar la desdicha con la ilusión, las coletas de una niña con las arrugas del anciano, los ruidos de las calles de la ciudad con el sigilo de las carreteras secundarias. Tanta "mentira" en tan pocas páginas puede hacernos mucho bien.



 
Que cinco años no es nada.

Nada más enterarme de las intenciones de la editorial Arte Activo, de Vitoria, de publicar EN DOBLE FILA, me vi empujado a comunicarlo a mi gente, a los más allegados, a los que habían compartido desde los orígenes mis inquietudes, mis anhelos. Siempre les había dicho que lo unico que deseba a nivel literario era ver uno de mis libros en las estanterías y las mesas de una librería. Y que éste llegara a través de una editorial, siguiendo los canales tradicionales, nada de autopublicación, ni "cuelgues" en las redes sociales. Les escribí esto que aparece a continuación en donde se habla de paciencia, cosas claras, desengaños, carambolas y amistad.




El primer texto definitivo de En doble fila “versión canutillo” se terminó de pulir en marzo de 2007, “usease”, hace 5 años exactos. En este intervalo me encontré con gente que me hablo de puntería, de carreras de fondo y de plazos largos y lentos. A pesar de pequeñas frustraciones que fueron cicatrizando, les hice caso. Mis ilusiones nunca tuvieron que ver con la fama ni el dinero, engañosos de por sí. Lo único que deseaba era ver publicado algo de lo mío, con forma de libro, con olor a papel y a imprenta, sobre la mesa o la estantería de una librería.

Durante el trayecto pude compartirlo con gente especial. Con Ester mi mujer, que sufrió (o a lo mejor disfrutó) de mis ausencias mientras escribía en mi pupitre por las noches; con Nuria, que me abrió los ojos y después de leer Canchas de arena, me animó a que escribiera de otras cosas que no tuvieran que ver con el fútbol; con Yolanda, entusiasta, hasta exagerada, enamorada de este libro para ella insustituible; con Nerea, que con su dulzura siempre creyó en lo que yo hacía; con Elena, animando siempre, pregonando sin pudor que mis libros no se merecían el anonimato; con Natalia, con la que disfruté hablando de literatura y fue mi primera correctora; por fin, con Carlos, mi hermano: los sábados por la mañana, en torno al obligatorio desayuno, nos afanábamos en encontrar fórmulas alternativas para poder transmitir aquello que los dos llevábamos dentro, pues sus canciones y mis párrafos se compusieron para ser compartidos.(Me gustaría incluir en esta lista a la escritora Isabel Camblor, a Jorge Valdano y a Nuria Roca y Juan del Val, su marido, porque ellos desde una dimensión diferente y más exitosa me ofrecieron en su día pequeños tragos con sabor a esperanza).

CON JORGE VALDANO
CON ISABEL CAMBLOR










Mi hermano Carlos compone canciones, las canta y las acompaña con su guitarra. Un día de esos, una noche de esas de conciertos para minorías en bares de ciudad, conoció a Lobo y Carmine (Lobo es Alicia; él, Carmine es Ismael). Tocaban country, folk y esas cosas. Estuvo con ellos después de la actuación, les dijo que él también tocaba, otro estilo, otras canciones.
www.karloszuazo.blogspot.com
Ángela Serna es poeta y amiga de Ismael, de vez en cuando va a los conciertos. Una noche coincidieron los cuatro, Alicia, Ismael, Carlos y Ángela. Aquella noche Ismael invitó a Carlos a cantar después de ellos. Y cantó y después, otra vez los cuatro hablaron de música y de poesía, como es normal. Y de que los temas de Carlos encajarían muy bien en las sesiones del Baobab (un bar del Casco Viejo regentado por dos senegaleses negros como la noche y puede que más generosos que el día), que consistían en recitar poesías acompañando a la gente que se tomaba sus cañas y sus cafés; esos actos se conocían popularmente entre los habituales como “verso pote”.
Y Carlos dijo que sí, y una noche de jueves al borde de la primavera, compartió sus canciones con los versos de Ángela, mientras el personal por un euro disfrutaba de rimas, pintxos, potes y baladas.
Aquella noche, entre el público estaba Roberto, apellidado Lastre, poeta, escritor, editor y cubano. Repartía sus últimos libros publicados e intentaba reclutar gente para un mini curso sobre cómo escribir una novela de éxito, etc. Ángela, amiga de Roberto, se lo presentó a Carlos, hablaron de música, de bares y de literatura. Mi hermano, el de los regalos originales, decidió regalarme por mi cumpleaños la matrícula del cursillo que impartiría Roberto el sábado 21 de Abril, “oye y dile que me traiga sus escritos”.
Allí me presenté ese día, con dos de mis libros y mis orejas bien limpias para intentar escuchar cosas sobre la escritura ya que nadie nunca me había enseñado nada. Estuvo interesante. Al finalizar, Roberto señaló algo sobre el humor en la literatura. Le comenté algo sobre En doble fila y luego se lo dejé. También le entregué Tres relojes de arena.
El miércoles siguiente, día 25, recibía un correo de Roberto Lastre: estaba dispuesto a publicar En doble fila. Habría que empezar a perfilar ciertos detalles de cara a tenerlo listo para principios de 2013. Era un libro con posibilidades.
El sábado 5 de mayo, Roberto y yo nos juntamos en un bar a media mañana. Había cambiado de opinión: quería publicar el libro YA. Era preciso corregir algunos fallos, suprimir las frases hechas, sustituir alguna palabra, revisar algún adjetivo, recortar párrafos que no aportaban nada al texto. Según él, pequeñeces. Por lo demás la estructura del libro era perfecta y tenía una capacidad enorme para atrapar al lector, todavía no había descubierto el porqué. De todos los elogios que me dedicó, me quedo con uno: “después de leer tu libro, me reuní con unos colegas y les comenté: acabo de encontrarme con un escritor”.
NURIA ROCA Y JUAN DEL VAL

Lo bueno de trabajar en equipo es que si uno no mete el gol, puede que lo haga un compañero. Después de intentarlo enviando manuscritos a concursos y editoriales, tras hacer el cernícalo lagartijero en la Feria del Libro de Madrid; tras los esfuerzos de muchos de vosotros por acertar en el blanco, le tocó a mi hermano esta vez batir al portero, como a Iniesta en el Mundial del 2010 en Sudáfrica. El caso es que hemos ganado. Todos. Los que ya estabáis en el "club", los que se han ido agregando sin querer y los que vendrán. A todos, gracias y bienvenidos.

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Un poco de propaganda casera.

Cuando Roberto Lastre, el editor, me envío el diseño de la portada completa, con las solapas y todo, y me comunicó que la fecha de publicación rondaría el quince de junio, comprendí que disponía de dos o tres semanas en las cuales deberíadar a conocer este acontecimiento entre la gente conocida. Así que confeccioné un panfletillo casero. Por delante aparecía la portada en color. Por detrás uno de tantos textos que ya tenía preparados en manuscritos anteriores. El que aparece a continuación fue el elegido.



Van pasando las semanas, los meses, los años. Para cuando nos queremos dar cuenta resulta que tenemos aquella edad que siempre habíamos asociado a nuestros padres. Y en este loco devenir se nos escapan muchos detalles. Sin ir más lejos, cuando compramos el pan, el periódico, los huevos, el jamón york para los niños, las aspirinas efervescentes para el dolor de cabeza, los zapatos de verano para el verano, unas botas de invierno para el invierno, unos yogures fabulosos para el tránsito intestinal, un paraguas, un libro, un teléfono móvil..., pasamos por alto una cuestión rotunda y escalofriante: todo aquello estaba en la tienda porque alguien lo trajo antes. Elemental, querido Watson. Ese alguien, en el noventa y siete por ciento de los casos, fue UN REPARTIDOR, que en el noventa y ocho por ciento de los casos aparcó EN DOBLE FILA.
Cansado de historias con final feliz, héroes americanos, elixires de la eterna juventud, crímenes, secretos y catedrales misteriosas, arriesgué con otro tipo de protagonistas. A medida que avanzaba en el relato, a pesar de que la intención primera era retratar a los repartidores, se fueron agregando la ternura de los niños, la belleza de las mujeres, la calma de los ancianos, el sosiego de la Naturaleza, el ruido de la ciudad, la soledad, los amores imprevistos, la extraña desazón que nos invade cuando rondan los cuarenta, la sigilosa y rotunda presencia de la muerte...
Tan sólo pretendí contar una historia diferente, y por el mismo precio, compartir cómo se percibe esta tragicomedia que es la vida gracias a la perspectiva privilegiada que otorga la cabina de un camión de reparto.
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Notas de prensa


Un día antes de la presentación oficial en la Casa de la Cultura de Vitoria, tuvieron lugar un par de entrevistas y sus correspondientes sesiones de fotos. Para evitaros que las andéis buscando por la red o por las hemerotecas, os las facilito íntegramente. Me tomé la molestia de cortar y pegar, y de recortar una vez pegado para que quedara bonito. De paso, agradezco a Natxo y a David, los periodistas, y a los fotógrafos que me dispararon a boca jarro su buen hacer. Creo que consiguieron reflejar en poco espacio lo que era el libro

1.- EL CORREO: 20 de Junio de 2012


RECORTE DE EL CORREO

 
Javier Zuazo se dedica al transporte y la distribución. Pero cuando echa el freno de mano se vuelca en la escritura. Un resultado de esta doble vida es 'En doble fila' (Arte Activo Ediciones), una historia que «surge de la necesidad de hablar de la realidad. De explicar o de explicarme la vida que veo a diario desde una perspectiva distinta, que es la cabina de mi camión», describe.
El escritor señala que «uno se va dando cuenta de las tragedias y comedias de la gente. Las tristezas se alargan demasiado y las alegrías duran poco. Me planteo escribir algo simbólico, que hable de esto sin hablar, y al revés», indica
Para ello, Zuazo ha adoptado la posición de «los literatos del siglo XVII: miro con ojos de tragicomedia. A una dosis de risa le adoso unas pizcas de desilusión, así va transcurriendo la novela». Con ella, busca «invitar a la reflexión a la gente y a plantearse ciertos temas».
La articulación de la historia parte de la muerte del personaje principal. «Aparecen unos escritos suyos, se descubre su faceta literaria y cómo a través de ella cuenta la vida. A raíz de ahí, va trazando una historia muy cotidiana, muy real, conjuga el disparate con la desdicha, desilusiones de gente, proyectos y amores imposibles», enumera el escritor, que realizó la novela en 2007 y tiene otras dos pendientes de ver la luz.
Los niños y los ancianos tienen un papel fundamental en el libro. Los primeros «aportan frescura y los ancianos, la sabiduría que les negamos en la sociedad». En este sentido, el libro «tiene una lectura entre líneas que a lo mejor no se capta en una primera pasada. Pero si se lee despacio, hay otra historia que también se cuenta en los espacios en blanco», precisa Zuazo, que presenta la novela mañana en la Casa de Cultura, a las 20.00 horas.
Su editor, Roberto Lastre, apostilla que «el título es también un símbolo, hay una doble lectura. Tiene un humor muy elaborado, muy fresco y natural, raro en la literatura actual».




2. DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA: 20 de Junio de 2012.

 Letra y descarga (por David Mangana). 

El gasteiztarra Javier Zuazo edita con ARTE ACTIVO su primera novela, 'En doble fila'
El repartidor gasteiztarra se inspira en los detalles de su día a día y elige un tono de tragicomedia para su novela.



Javier Zuazo se estrena en el mundo de la publicación con este trabajo.
EN LA CASA DEL LIBRO DE VITORIA
   

Javier Zuazo se estrena en el mundo de la publicación con este trabajo. (Alex Larretxi)
Se cumple una década desde que la ilusión de Javier Zuazo tomó una calle desconocida y aparcó en una nueva afición, la de la escritura. Se cumple una década y, quehaceres del destino, este repartidor lo celebra, tras muchas cargas de tinta, con la descarga de su primer trabajo literario, un En doble fila (Arte Activo) que ya viaja por las librerías.
Para entender una línea muchas veces hay que rebuscar en la primigenia página en blanco. Las primeras las acometió Zuazo en 2003. "Empecé a escribir cosas de fútbol, relacionándolo con las nostalgias, con la perversión del deporte, rescatando escenas escondidas", recuerda. Y, de aquellas primeras patadas, surgió un estado de forma que decidió mirar un poco más cerca, hacia su propia profesión.
La que ejercita Jorge, su alter ego en esta novela que se engrana a través de la comedia y propone "una historia urbana y contemporánea" donde la comedia manda. "Seguí contando cosas de la vida a través de mi oficio de repartidor, aproveché esa perspectiva; se ven las cosas desde una altura diferente".
Una altura que combina alegrías y desilusiones y que en su obra propone "la historia de un repartidor que muere; todo se articula en torno a unos escritos que tenía archivados en el ordenador y que descubre la ex-pareja del protagonista". Todo tipo de "peripecias, tribulaciones y anécdotas" se cuelan esas notas componiendo una "tragicomedia de la vida" en la que, sobre todo, Zuazo ha tratado de gestar un texto "ágil y creíble", paisajes en los que "cualquiera se reconoce y que, a la vez, encierran un simbolismo que puede llevar a otras emociones y pensamientos".
Emociones y pensamientos que llevan ya un lustro "en boxes", ya que el gasteiztarra escribió esta obra en 2007. La presentó a algunos concursos, la movió por editoriales y ha sido finalmente la también vitoriana Arte Activo la que ha apostado por sus líneas. "Se la pasé a Roberto Lastre, la leyó y le convenció; le llamó la atención la carga de humor que tenía".
Es cierto, y en ellos coinciden todos los tipos de lectores que lo han consumido, que el libro tiene un tono cómico predominante, construido a través de fragmentos pero a la par encaminado a través del "hilo conductor de alguien que quiere contar las cosas que le pasan y sobre las que va meditando", explica el propio autor.
Esa necesidad, la de contar, también permanece desde hace diez años en el interior de Javier, que además de sus textos balompédicos tiene en otro cajón del escritorio una nueva pieza de asfalto, un libro inspirado también en la carretera pero con un tono "más serio y existencialista" en el que está presente con más fuerza "la problemática interna de los personajes, la muerte, la enfermedad, los trenes que se perdieron, la sensación de que el tiempo se escapa...".
Un atasco de carretera es el leit motiv de ese otro trabajo que espera que esta primera edición haga su trabajo y consiga reclutar a una pequeña legión de lectores para su causa. Algo no cambia entre ambos libros, la inspiración en lo inmediato que encuentra Javier Zuazo. "Me agarro a escenas que conozco y desde ahí monto las historias".
Con esta tendencia no sería de extrañar que el escritor gasteiztarra culminara incluso una trilogía de carretera, capturando desdichas del común de los mortales a través de personajes que, como este Jorge inicial, muestran un lado cómico a la par que "entrañable".
Podría ser una trilogía de carretera, pero Jorge está trabajando las primeras líneas de una novela de un hombre al que la vida le cambia por completo tras quedarse en paro. "Le va llevando a situaciones que nunca se hubiera podido imaginar".
Tampoco cuando comenzó a escribir hace una década podía imaginarse Javier Zuazo posando con su primer libro o hablando de los tejemanejes de sus personajes, pero muchas líneas han transcurrido desde aquellos primeros largueros hasta estas últimas aceras, y llega la hora de testar con el público la fuerza de su discurso, un mensaje que entrega ya en las librerías. Un diario lleno de imágenes.


21 de junio de 2012 : presentación del libro

GRACIAS POR LA COMPAÑÍA
(El día en el que muchos de los presentes aprendieron, para no olvidar jamás aquello de la INGENIERÍA NARRATOLÓGICA. Gracias, señor Lastre, por tu valiosa aportación).
Aunque en directo sólo le hiciera caso de refilón, me preparé un croquis con las ideas más importantes que hacían referencia a mi trayectoria literaria y al libro publicado.
Las incluyo aquí tal como están, pensando quizás más en mi, ya que me interesa guardar este material, que en vosotros, que puede no entendáis al estar escrito en plan indio. De momento la cita inicial, que me parece fundamental, la omití.


1 - CITA INICIAL

“La inmensa mayoría escribe porque buscan fama y dinero, por distracción, porque meramente tienen facilidad, porque no resisten la vanidad de ver su nombre en letras de molde.
Quedan los pocos que cuentan: aquellos que sienten la necesidad oscura pero obsesiva de testimoniar su drama, su desdicha, su soledad. Son los testigos de una época. Son hombres que no escriben con facilidad, individuos a contramano. Su obra no sólo tiene un valor testimonial, sino un poder catártico por expresar las ansiedades más entrañables de él y de los que le rodean”. (Ernesto Sábato, “El escritor y sus fantasmas”, pág. 98).

O sea, que lo de escribir, antes que una pasión o un hobby, incluso antes que una  necesidad, es una reacción visceral porque no me cuadra esta vida que entre todos hemos montado, porque me siento fuera de mi sitio, mal colocado, tal vez, aparcado “en doble fila”.


LASTRE Y ZUAZO
2 – EL AUTOR

- Como en todo en la vida lo importante es CONOCERSE, sopesar las POSIBILIDADES PERSONALES. Inventar historias fantásticas, imaginar episodios que se escapan de mi circunferencia definitivamente no era lo mío. 
- BINOMIO: capacidad de OBSERVACIÓN (de las escenas urbanas, de la melancolía contemporánea, de las alegrías efímeras) y Principio de ARQUÍMEDES (“dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”). 
- Todo esto quedaba un poco soso, así que añadí unas pizcas de MANIPULACIÓN y una forma de narrar que jugara con la SORPRESA (ejemplo del GPS asesino y de la ardilla Scrat), con vistas a enganchar al lector.
- En su día un escritor cuyo nombre omitiré para evitar posibles antipatías señaló que era fundamental que cada cual delimitara su TERRITORIO LITERARIO. Creo que con todos estos factores, el mío quedaba perfectamente definido.
- Mi objetivo desde que empecé en setiembre de 2003 fue que (1) mis folios encuadernados en canutillo se convirtieran en un LIBRO DE “CARNE Y HUESO” y (2) verlo encima del MOSTRADOR DE UNA LIBRERÍA.
- Lo mismo que en el fútbol me gusta que el delantero centro lleve el nueve y el lateral izquierdo lleve el tres (reconozco que soy bastante CLÁSICO), prefiero que los libros huelan a papel y provengan de una editorial al uso. Por eso mismo desterré desde el principio opciones relacionadas con la AUTOPUBLICACIÓN (nunca me convenció y no tenía dinero ni disponía de tiempo) o con la difusión vía INTERNET.
- Uno puede CANTAR UNA CANCIÓN en cualquier sitio  y siempre habrá alguien que lo oiga (que no significa que lo escuchen), pero no es plan andar leyendo libros por las esquinas ni dedicarse a hacer copias y regalarlas a todo quisqui.
- La cosa, siendo novato y desconocido, se presentaba pues harto complicada. Me advirtieron que esto era una CARRERA DE FONDO. Sin embargo, no especificaron el contenido exacto del término, si tenía que ver con la duración o con la profundidad del precipicio. Y que era cuestión de PUNTERÍA. Me pasé más de ocho años disparando a todo lo que se movía, certámenes, editoriales que no me hicieron ni puñetero caso. Familiares y amigos se sumaron a la causa y me ayudaron en la batida. Al final, uno de ellos, tras un par de rebotes, fue el que acertó, no en la diana, sino en una pequeña editorial de Vitoria, Arte Activo. El herido fue su fundador Roberto Lastre, al que hubo que darle betadine y vendarle la pierna después del perdigonazo. Él fue el encargado de hacer que los borradores de “En doble fila” fueran pasados a limpio y se convirtieran en un libro color naranja a juego con el pelo de su autor, a pesar de las canas.

ROBERTO Y JAVIER

3 – EL LIBRO
- Durante estos casi nueve años, escribí muchas páginas y leí muchos libros. Me dí cuenta de que ya estaba todo escrito. La única originalidad sólo podía residir en el PUNTO DE VISTA y en LA FORMA de narrar la historia.
Mi trabajo me facilitaba lo primero en bandeja: hasta la fecha nadie había contado la vida desde la perspectiva que otorga la cabina de un camión de reparto. Ya sólo faltaba el CÓMO hacerlo.
- Los grandes literatos del siglo XVII se empeñaron en representar la vida como una TRAGICOMEDIA. Les tomé la palabra y, convencido de que estaban en lo cierto, me dispuse a confeccionar un relato similar a una MONTAÑA RUSA en la que las subidas fueran para alegrarse, las bajadas para entristecerse y las pausas para reflexionar.
Mientras duraba el viaje manipulaba escenas, cambiaba de nombre a los personajes, variaba los lugares, las circunstancias intentando fabricar un panorama reconocible, ameno y convincente, sin perder esas dosis de originalidad que capturaran la atención del lector.
- EL PROTAGONISTA (que no soy yo, por mucho empeño que algunos pongan en identificarme con él), para nada es un héroe, pero tampoco un villano. Simplemente es alguien capaz de encontrar un punto de humor en muchas situaciones cotidianas; a pesar de ello, es incapaz de sobreponerse a esa insatisfacción crónica que le convierte en un triste.
- UN OBJETIVO: que él y los demás actores de la película adquirieran la importancia que habitualmente la realidad les niega obligando al lector a sentirse identificado y compartir dicho protagonismo.
- Este es un LIBRO SIMBÓLICO, pues las peripecias y las tribulaciones de Jorge (el protagonista), u otras similares, pueden ser las de cualquiera, aunque no las escriba por la noche en su habitación.
- Es un libro que abarca DOS NARRACIONES: la conformada por el texto y la que se esconde entre las líneas y en los espacios en blanco en donde cada cual debe colaborar para completar los párrafos que yo, puede que a propósito, dejara a medias.

CON ÁNGELA

CON MARISOL




















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El libro sonoro:
Oihuka, viernes 23 de julio de 2012
 

Antes de nada, como estamos en familia, la ingeniería del blog no me permite incluir las canciones que se emplearon en esta sesión. Quedan pues dos posibilidades: que, puesto que aparecen los títulos y sus autores, las busquéis por ahí; o bien si alguno tiene el capricho, me las puede pedir a mi, para que se las envíe por correo electrónico en un archivo adjunto.
Dicho lo cual, os diré que llevó bastante trabajo su preparación, y que a pesar de los agradecimientos y parabienes de la audiencia, a los encargados del festejo, a mí más que a nadie, se nos quedó un sabor agridulce, pues hubo que recortar sobre la marcha y al final se hizo más largo de lo previsto. 
El libro sonoro nace de la propia naturaleza de la obra, que lleva adosada la música, y que me atrevería a afirmar, que hasta se entiende mejor con ella. El libro pedía esta sesión literario-musical, porque se escribió con esta música, porque Jorge, el protagonista disfrutó de ella mientras conducía por esas entrañables carreteras secundarias, porque Eva, la otra protagonista, comprendió mejor el mesario con aquella de fondo, porque Iñaki el del bar, la sigue poniendo, porque el autor, yo, la guardo con cariño y de vez en cuando la conecto en el camión para que el alma de esta libro no se evapore, ni se la trague el olvido.
Evidentemente, no creo que nadie tenga ganas de leerse el texto íntegro que utilizamos y que aparece aquí debajo, pero puede ser entretenido darle un vistazo, y contemplar las fotos que he ido pegando a los costados, un potpurrí que mezcla pasajes del libro, autores, lectores, asistentes, camisetas de fútbol y cintas de cassette.
De nuevo, me viene bien el blog, para tener ordenadito todo lo que rodeó EN DOBLE FILA.
Agradecer a Iñaki y a Idurre este espacio, este hogar diferente en el cual hasta algún que otro pirado se inspira para inventar relatos y mentiras.



BORRADOR
MONTANDO EL TENDERETE




LA HORA DE LOS CUENTOS
    











1.- página 8.                                                 Lee JAVIER

PROLEGÓMENOS
“En fin, que le entregué el paquete al pescadero. Muy amable y cordial, mientras dejaba sobre la báscula una merluza, un besugo o yo qué sé, se acercó hacia mí explicándome que se trataba de un juego de cuchillos especiales para trocear el género. Para colmo de mi desgracia tenía que pagarme veintidós euros por los portes. Con las manos llenas de escamas y vísceras me endiñó el dinero, contagiado por supuesto. No contento con ello, tomó prestado el bolígrafo que sostenía en la mano. “Déjame el boli que te firmo”. El albarán corrió igual suerte. No se le ocurrió otra cosa que apoyarlo sobre la caja, ya vacía, de las sardinas. “Venga, majo. Muchas gracias. No sabes la falta que me hacían los cuchillos estos. Que tengas
buen día”. ¿Buen día? Pues empezamos bien... Me alejé
del puesto, aturdido, presuroso, invadido por la nausea,
amenazado por el vómito. Conmigo, ajenos a la catástrofe,
viajaban, infectados, un billete, dos monedas, un
albarán y un bolígrafo, aparte del abanico de esencias
marinas que mi hacendosa pituitaria se encargó de recolectar
y retener escrupulosamente dentro de la nariz. El
bolígrafo, tal vez, consciente de su infeliz destino, fue a

BORRADORES 2007
 parar a la primera papelera que encontré. Ya en la cabina
del camión guardé el dinero con escamas en un sobre
plastificado que apareció providencialmente entre un
montón de papeles. Lo del albarán fue más complicado,
pues casi goteaba y no había dónde tenderlo. Por fin, lo
extendí sobre el suelo, en el lado del copiloto. Intentando
ahuyentar el olor de las manos agoté el paquete de
toallitas húmedas que siempre llevo conmigo. No pude
hacer nada en contra de los efluvios provenientes de mi
memoria olfativa, con los cuales tuve que convivir durante
varias horas. Me sentí como en alta mar, ataviado
con el horrible chubasquero amarillo chillón del Capitán
Pescanova y las katiuskas verdes, rodeado de redes, sogas,
nudos marineros y viscosas cajas de madera repletas
de peces muertos con los ojos saltones. Mientras tanto
resonaban de manera burlona en mi cabeza las sinceras
y afectuosas palabras del tendero, ¡que tengas buen día!”


2.-páginas9-11.                                                                Lee MARY

Eva no pudo contener una sonrisa ni tampoco
unas tímidas lágrimas, al terminar de leer el inesperado
relato procedente del suelo, la página cuarenta y seis del
DIRE STRAITS EN CASSETTE
archivo “sem-rojo” que había comenzado a imprimir. Se
apresuró a cerrar las ventanas y después colocó en su sitio
la media docena de hojas que una repentina ráfaga de
aire había repartido por la habitación. Trataba de gestionar
toda la información recibida en el poco más de un cuarto de hora que Alberto, compañero de trabajo de Jorge, estuvo allí. Jorge había
muerto hacía diez días. Justo entonces, ella y su hermana,
actual compañera de piso, descansaban en Andalucía
en casa de sus padres, por lo que desconocía la trágica
noticia. Jorge siempre había conjugado de una manera
un tanto anárquica la tragedia con la comedia, la tristeza
y el drama con el humor, la ironía con la paradoja. Y
quedaba claro que en aquel mismo y desafortunado instante,
aun ausente, era capaz de penetrar en el ambiente
inundándolo todo de un peculiar aroma a melancolía,
desconcierto y contradicción.

LOS LECTORES
No serían ni las diez cuando sonó el interfono y se
presentó Alberto con un pequeño macuto, un espantoso
plumífero y una contrariada expresión en su rostro. A
instancias del gerente de la empresa, por un lado, y de
Marta, la asistente social de la residencia de ancianos en
la que habitaba la madre de Jorge, enferma de Alzheimer,
por otro, a Alberto le correspondió ejercer de fatal
emisario. Eva, sin comerlo ni beberlo, se encontró con la
desagradable noticia el sábado bien temprano. A pesar de
que, después de una larga relación de pareja, entre ellos
no quedó nada, al menos aparentemente, el corazón de
la menuda mujer latió diferente aquella mañana.
“Todo ocurrió a eso de las once de la mañana, en
la zona industrial del pueblo. Jorge hacía su ruta habitual.
Al parecer, detuvo el camión y al abrir la puerta e
intentar apearse, un dumper de esos enormes de color
naranja, lo arrolló”. Eva no captó bien la explicación. Alberto aclaró:
“Todos los indicios conducen a presuponer que descendió del vehículo
 sin mirar por el retrovisor, ignorando así que detrás de él llegaba
otro vehículo adelantándole, el que lo embistió. Ya sabes, las prisas,
una llamada inoportuna por el móvil, un pequeño y habitual
despiste cotidiano propio de repartidores a la carrera.
¿Quién sabe las causas de lo que sucedió?”
Un despiste, un inoportuno y macabro despiste
–Eva se sintió enojada–, y una vida a la mierda. Descargó
su ira contra el techo de la alcoba lanzando improperios
y preguntas en voz baja. No era justo. Hasta que la
CROQUIS 2007
muerte no le visita a una de cerca, meditó, no es capaz de
adueñarse del sinsentido que rodea a veces, demasiadas
veces, la existencia. A pesar de no sentir nada en ese momento por su ex, él no se merecía algo así. Recordó cuando Jorge se ponía trascendental  y arrancaba con temas escatológicos y diatribas respecto a las formas de morir y de vivir. Habían sido más de siete años de relación y casi tres de convivencia bajo el mismo techo.
Eso sí, sin compromisos legales, ni descendencia, ni hipoteca, pero
compartiendo todo lo que tenían, a pesar de la importancia
concedida por ambos a los espacios y los tiempos
personales e intransferibles. Lo dejaron, y no quedó más
remedio que darle la razón al sociólogo Joaquín Sabina
cuando cantaba lo de “y cada vez más tú, y cada vez más
yo, sin rastro de nosotros”.
Esparció sobre la cama aún sin hacer, el contenido
SABINA
de la bolsa que le había entregado Alberto. Allí
aparecieron varios CDS, una visera sucia, una camiseta
de color verde, bolígrafos, un par de gafas de sol graduadas,
un reproductor MP3 y una vieja libreta llena de
anotaciones. Eva optó por apropiarse de los discos y del
reproductor MP3. A Jorge le gustaba mucho la música,
y posiblemente en las tripas de aquel pequeño aparato
encontraría temas que merecieran la pena. De lo demás
decidió deshacerse, aunque al final, como recuerdo sentimental,
se quedó con la libreta, en donde aparecía la letra de Jorge,
acompañada de símbolos indescifrables, tachones, flechas y hojas dobladas.
Empujada por la curiosidad conectó el MP3 al ordenador.
A Eva no le sorprendió encontrarse con Bruce Springsteen al lado de Bach;
o a Joe Cocker acompañando a Andrea Bocelli. Adriana Varela y sus tangos;
Fito, Fitipaldis y sus patillas; Take That y su “Paciencia”;
Dire Straits, AC-DC, Vivaldi, Simply Red, The Coors, Sabina,
Norah Jones y Mark Knopfler, por supuesto; y un par de archivos de
texto: “sem- rojo” y “relatos en negro y gris”. Este segundo aparecía en blanco,
así que Eva decidió ignorarlo de inmediato. El otro obedecía a un título más largo:
“Semáforos en rojo” y constaba de casi doscientas páginas.
Los títulos de los doce capítulos llamaron su atención:
“Pasos de cebra”, “Los lunes sin sol”, “Pisa el freno, Magdaleno”, “Rebeca”...
Recorrió rápidamente con el cursor todo el trabajo.
El final se correspondía con el recién terminado mes de enero.
Fue al principio de nuevo. Era una especie de diario, un extraño
cuaderno de bitácora en donde no aparecían días, ni semanas,
sino meses. La narración comenzaba en febrero.
El destino convirtió, pues, la página ciento noventa y
nueve en la última. Desde luego, Eva no estaba dispuesta
a tragarse todo aquello en la pantalla del portátil, por lo
que se decidió a imprimirlo.

3.- JOE COCKER  “I PUT A SPELL ON YOU”.

4.- páginas 14-17.                                                                 Lee ROBERTO

Me notaba nervioso, como si algo se estuviera
removiendo en mi interior. Acabé de repartir como
ROBERTO LASTRE
pude, desconcentrado, abstraído, apremiado por unas
enormes ganas de retirarme a mi casa. La escena, por
causas más o menos coherentes, más o menos lógicas, me
tocó dentro. El instante de agonía que transcurrió justo
antes de que la furgoneta frenara en seco: el carrito del
niño deambulando sin rumbo por la calzada, los gritos
histéricos de la joven, el rostro desencajado de la madre
al ver la tragedia tan de cerca, las palabras de reproche
cuando nos íbamos... ¿Por qué esa fama, merecida o no,
de maleducados, ordinarios, malhablados, malhumorados,
gruñones e indeseables? ¿Acaso nadie se da cuenta
de que también nosotros tenemos sentimientos y problemas:
una familia e hijos, unos préstamos que cubrir,
una hipoteca que soportar, una realidad diaria, envuelta
en prisas y urgencias, con la que convivir; incluso un dolor
de muelas, unas hemorroides peleonas o un esguince
mal curado? Ese matiz reivindicativo del incomprendido
y desconocido colectivo de los repartidores, anduvo
revoloteando a lo largo de los cincuenta kilómetros que
separan el pueblo donde reparto y la ciudad desde la que
arranco. La música que me acompañó en el trayecto de
vuelta, durante casi sesenta minutos de viaje, acabó por
poner la guinda. La melodía de las “Calles de Filadelfia”,
de Bruce Springsteen, envolvió el viaje en un amplio
manto de intimismo y recogimiento. Llegué a la agencia,
descargué a toda prisa, apenas si me detuve a charlar con
los compañeros, y me fui para casa, acelerado, raro, ansioso,
con la impresión de que había algo pendiente por
hacer. En lugar de ducharme, opté por prepararme un
baño, a ver si relajándome de esa forma recuperaba la
tranquilidad perdida. Con los ojos cerrados, ausente por
completo, me dediqué a buscar causas y motivos, algo
en definitiva que contribuyera a aliviar esa incómoda
sensación, a pesar de haber transcurrido casi ocho horas
desde el suceso. Guiado por una fuerza difícil de definir,
encendí el ordenador y reviví mi pasado “literario”
cuando de niño, el día de Nochebuena o de Nochevieja,
preparaba un breve texto que acompañaba a la oración
familiar de las doce de la noche; o cuando en clase de
lengua o literatura era capaz de componer redacciones
diferentes que conseguían sorprender al profesor y a los
compañeros (todavía no entiendo por qué quise elegir la
rama de Ciencias con la manía que le tenía a la Física, a
la Química y a la Tabla Periódica, al ciclo de Krebs, a los
axiomas y a aquella especie de ocho tumbado que
representaba al puñetero e inalcanzable infinito, responsable
de no pocos quebraderos de cabeza); o cuando en su día
opté por comenzar a escribir breves relatos agrupados
bajo el título de “Relatos en negro y gris”, aunque al final
no llegara a nada y se quedaran en blanco para siempre.
Hasta aquí la crónica de lo sucedido, para que
conste que un accidente que no llegó a ser tal y lo que de
él se derivó se sitúan en el origen de esta especie
de cuaderno de bitácora,
símbolo improvisado desde ya de una
presunta travesía personal que empieza aquí y ya veremos
dónde desembocará. Confío en que, por esta vez,
me respalden la perseverancia y su prima la paciencia, y sean
capaces de vencer cuando me siente a escribir –aparte de
a la perenne sensación de hacer el indio–, a sus íntimas e
infatigables enemigas, la inconstancia y la pereza.


5.- B. SPRINGSTEEN “STREETS OF PHILADELPHIA.

6………páginas 25-26; 47- 48.                                                           Lee POLDO

No creo que sea capaz de sentarme todos los días
a escribir, aunque estoy casi seguro de que tomaré notas a
cada momento. Así que redactaré un “mesario”. (De día,
diario; de año, anuario; de mes, mesario. Las reglas de
tres siempre fueron una de mis especialidades). Ya sé que
la palabra no existe. De hecho no aparece en el diccionario.
EL PÚBLICO
Tampoco logré dar con ella de manera consistente en
Internet. Nada más escribirla, el programa de ortografía
instalado en el ordenador me alerta, raudo y veloz, con
una línea quebrada en color rojo subrayando lo incorrecto
del término. Me da igual. Lo bueno de escribir para
uno mismo es que no hay que andar cavilando en la
ortodoxia literaria ni en las reglas habitualmente aceptadas.
Ni es obligatorio estar pendiente de si esto ya lo escribieron
antes o de si el tema está muy trillado. Hace poco, un
recién galardonado por no sé qué novela con no se qué
premio afirmaba que desde la época de los romanos quedó
todo escrito. Un verdadero alivio, a pesar de la privacidad
de este particular proyecto. Comencé muy íntimo
–utilicémoslo ya– este mesario. Obviamente, desconozco
la duración en el tiempo y la extensión en los folios que
ocupará. No intento convertir esto en un catálogo de interioridades
y sentimientos, aunque vete a saber...
Si soy fiel al origen de la cuestión –el suceso del semáforo
y el atropello que no fue– debería ceñirme a las “aventuras y desventuras”
de un repartidor. En este caso me tocó papel de protagonista.
Más adelante podría escribir otros cuadernos: el de un “ex novio que vivía con su novia”,
el de un “asistente social que sólo ejerció en las prácticas”, el
de “un hijo único”, el de “un hijo con madre enferma de
Alzheimer”... Para empezar, debo comprar una mesa en
condiciones y una estantería como Dios manda, y tirar
a la basura estos muebles de marquetería que no suenan
ni huelen a madera, y que me recuerdan a los trabajos
manuales, en los que aprobaba raspadillo, que nos mandaban en clase
de Pretecnología. Además, debería dar una mano de pintura
a toda la habitación, desde hoy el rincón del escritor,
y sustituir el tan valorado color garbanzo por otra variedad
menos vegetal y más etérea. Por ejemplo, el azul celeste o un verde pastel.
Cada viernes comienza una nueva y cíclica diáspora.
En cuanto toca la sirena o el reloj invita a saludar
POLDO Y KARLOS
al nuevo, repetido y esperado fin de semana, el mundo
se acelera en busca de un ansiado relax. Qué curioso y
contradictorio. Las carreteras se ven invadidas de vehículos
cargados hasta los topes con sus bicis, esquís, maletas...
Los aeropuertos, las estaciones de tren, todo se
inunda de gente dispuesta a desconectar de sus lugares y
sus tiempos habituales. Hoy, en la autopista, cuando aún
me restaban treinta kilómetros para llegar a la agencia
y un par de horas para finalizar la jornada, percibí en
la mirada de una jovencita que asomaba la cabeza por
la ventanilla de atrás del coche de papá, cierto gesto de
compasión: “yo ya estoy de fiesta, ¿cuánto te queda a ti?”
La respuesta, aunque de primeras pudiera parecer rápida
y concreta, se fue complicando a medida que avanzaba
mientras Joaquín Sabina me cantaba “A la orilla de la chimenea”.
Siempre fui un rutinario. De no haber sido por
Eva, todo lo novedoso en los fines de semana se hubiera
reducido a cenar fuera los sábados e ir de vez en cuando
al cine. Disfrutaba con ello, para qué inventar cosas raras
como las visitas a otras capitales, la estancia en casas
rurales o viajes relámpago a Tombuctú. Creo que Eva se
acabó aburriendo de mi aburrimiento, de la tendencia
comodona y patológica que me atornillaba a la monotonía,
impidiéndome desconectar del runrún de lo habitual.
Me sentía seguro en mis lugares, en mis tiempos.
Lo desconocido atraía a la duda y me convertía en un
mojigato asustadizo incapaz de afrontar nuevos paisajes,
gentes diferentes, lenguajes extraños. Todas mis neuras
EN DOBLE FILA
y mi tendencia fatalista afloraban cada vez que rompía
con el guión preestablecido. Vislumbraba desgracias por
doquier en cuanto pisaba sobre el suelo de lo novedoso e
improvisado, terreno minado para mí. Nunca pudo conmigo
y fue incapaz de hacerme entender que todas aquellas
tragedias que confeccionaba de forma involuntaria y
compartía con ella detalladamente en vísperas de uno de
esos viajes hacia lo extraordinario acontecían igualmente
en los días normales. ¿Quién sabe si esta misma tarde la
mirada de la adolescente destilaba lástima no porque ella
estaba ya de fiesta y yo no, sino porque, quizás, convertida
en fugaz adivina, intuía una manera de ser plana,
uniforme e inmóvil? La mía, en concreto.

7…….SABINA “A LA ORILLA DE LA CHIMENEA”.



8……KNOPFLER “ARE WE IN TROUBLE NOW”.                       Lee KARLOS
                      páginas 59-60; 69-70. (Momento mixto: música y texto).

LA NIÑA DE LAS COLETAS

“¿Es para mi?” La niña de las coletas señaló hacia
la cajita que portaba bajo el brazo. “Me llamo Lucía y
tengo cuatro años (extendió torpemente cuatro dedos
de su mano izquierda). Mi papá tiene un camión”. Su
madre, una bella mujer con cierto aire a Jennifer López,
tuvo que frenar el ímpetu comunicativo de la pequeña
mientras esperábamos en el portal. (Para evitar incómodos
encuentros, acostumbro a subir andando, pero a un
octavo piso... El ascensor no llegó a tiempo y en ese intervalo
aparecieron ellas dos). “Le encanta hablar con la
gente y piensa que todo el mundo guarda una sorpresa
para regalarle”. Se justificó innecesariamente la madre.
Sus ojos exóticos, la oscura y larga melena, sus facciones
UNA BELLA MUJER
en general eran cautivadoras. En su rostro se daban cita
la agresividad apasionada de los pueblos mediterráneos
y los matices felinos y misteriosos propios de la raza hindú.
“Ya le doy yo”. La pequeña apretó al piso séptimo. Yo
apenas si había articulado palabra debido a la locuacidad
de la enana y al repentino brote de timidez provocado
por la hermosura de la mujer. “¿Sabes? Ayer bailé en mi
colegio y mis papás vinieron a verme, me aplaudieron
y me hicieron una foto con mi amiga”. “Lucía, por favor,
calla un poco”. El ascensor se detuvo en el séptimo.
“Adiós, señor”. Solté el paquete en el octavo. Bajé por la
escalera y en el primer rellano escuché cantar a la pequeña
la de “la camisa negra”. Impulsado seguramente por
la magia que desprendía aquel ser diminuto, diferente
y encantador, pulsé el timbre. “¿Está Lucía?” “¿Quién
es, mamá?” “Traigo una sorpresita”. Le di un bolígrafo
de propaganda y un horrible llavero de mi empresa. La
niña alzó el objeto hacia su madre como si fuera un trofeo.
“¿Qué se dice?” “Gracias... ¿Cómo te llamas, señor?”
”Jorge, me llamo Jorge”. “Mi papá se llama Andrés”. La
niña entonces se acercó, me estiró de la mano para que
EL NIÑO LLORÓN
me agachara y me dio un beso en la mejilla. “Pinchas,
¿eh?” Y salió corriendo hacia su cuarto a estrenar los regalos.
Cuando subí al camión percibí un tibio escalofrío
al comprobar una vez más, que estos gestos inesperados
de ternura y cariño son capaces de teñir la vida, demasiado
plana, excesivamente seria, absurdamente infeliz,
de un aroma especial, a esperanza. Y recordé a Cande, de
“Princesas”: “Yo lo que quiero es que mi novio me venga
a buscar después del trabajo”. Lucía, la pequeña princesa
del séptimo, no pudo reprimir el gozo que experimentó
cuando vio a sus padres aplaudiéndole mientras bailaba
encima del escenario. Para ella era obligatorio contárselo
a la gente, incluso a un extraño como yo. Detalles anónimos, miniaturas,
historias escondidas compuestas de besos, caricias, aplausos,
olores a limpio y exóticos ojos de mujer.

La residencia de ancianos situada a cinco kilómetros del pueblo
huele a puré de verduras y a filete de pollo empanado.
Cada cierto tiempo les llega un paquete, normalmente a portes debidos.
Mientras el gerente o alguna enfermera se encargan de buscar
el dinero, aguardo en el hall. Allí, varios ancianos comen
(suelo llegar siempre a última hora de la mañana).
Otros, terminan de ver el programa de variedades en la tele.
Hoy, como hacía sol, cuatro mujeres compartían la buena temperatura
y su opaco silencio en el pequeño jardín de delante del caserón
que desde hace unos años funciona como residencia privada
para la tercera edad. Una de las veces, recuerdo, un viejillo extremadamente
delgado, harto de la sopa, se giró hacia mí
y comenzó a contarme a voz en grito, como enfadado y
tratando de convencerme, una batallita de la guerra del
36. La enfermera enseguida lo recondujo sin poder evitar
que aquél me mirara amenazante, blandiendo una ajada
LOS HERMANOS
servilleta de cuadros. “¿Puedes esperar un segundo, que
el gerente llega en cinco minutos?” Me comentó la enfermera
apurada por su tardanza y por mi consiguiente
espera. “No encuentro la llave de la caja fuerte, ya puedes
perdonar”. Le perdoné, pues disponía de ese tiempo, que
no serían cinco, sino diez minutos. Apostado en la entrada,
como si me hubiera convertido en el nuevo vigilante
de seguridad de la casa, rodeado del alimenticio diálogo
de las cuidadoras y los comensales, comencé con el turno
de preguntas internas: ¿Quién le habrá regalado esa horrible
visera roja con letras verdes (“Abonos Rituerto, la salud para su huerto”)
al pobre anciano mellado que se pelea con el plato de puré y con el mantel?
¿A qué huele la vejez? ¿Es envidia, por mi juventud, o es ausencia
lo que desprende la mirada de la mujer sentada al fondo en el sofá
que no me quita ojo? (A lo peor, le gusto). ¿Olerá la muerte a sopa juliana,
orines resecos y medicinas? Llegó el que traía el dinero.
En el jardín, me despedí de las tres ancianas que disfrutaban
del cálido día. En una de ellas, advertí una mueca amarga, antipática,
como si en su adiós fuera inscrito un oscuro reproche: “Tú que eres
joven, te vas. Nosotros nos quedamos, esperando nuestro
turno para comer y la siesta. A la noche, como todos los
jueves, cenaremos pescado a la plancha y un yogur. Y a
dormir. Y a esperar a la muerte. Por eso no tenemos prisa.
Porque, aunque estemos enfermos y viejos, nos cuesta reconocer
que el día menos pensado entrará como tú, por
esa verja, pero ella vendrá sin paquetes ni albaranes. Nos
cogerá de la mano y quedará una plaza vacante para que
otros puedan comer ese asqueroso puré de verduras y salir
al jardín a tomar el sol o la sombra”. Mientras arrancaba
volví la cabeza. El de la gorra verde salía a dar un paseo
con unas galletas en la mano. Seguramente, a pesar de
mis prisas, mis agobios, mis injustificables quejas y mis
interrogatorios absurdos, hubiera preferido estar en mi
lugar, a bordo de un camión y con unos cuantos años
más por delante.





9.- páginas 61-64.                                                                        Lee MARY

Desde bien niña se aficionó a la lectura de todo
tipo. Además, Eva no acostumbraba a dejar a medias los
libros que comenzaba. Su disciplina y su forma de ser
ordenada y metódica no se lo permitían. Consideraba
una falta de respeto hacia el autor devolver su obra a la
estantería de donde salió sin concederle la oportunidad
de expresarse hasta la última página. Esa peculiar manía
EN DOBLE FILA, OTRA VEZ
le obligó muchas veces a aburrirse de manera soberana
con algunos títulos que le sedujeron primero, para engañarla
después. Por ello, de un tiempo acá, se tomaba su
tiempo antes de enfrentarse a un nuevo ejemplar. Con
los apuntes de Jorge, aunque no tuvieran el ortodoxo
formato que le otorgara la definición de libro, no iba
a variar su escrupulosa metodología. Aparte de ello, se
sentía depositaria de una inesperada e intrigante herencia
literaria recibida en extrañas circunstancias. Sin llegar
a cautivarle completamente, el “mesario” le entretenía,
incluso había sido capaz de movilizar su curiosidad. Y
su apetito. Eran las tres y sintió hambre. No le quedaban
ni folios, ni tinta, ni más remedio que dirigirse a
alguna papelería para abastecerse. Por tanto, aplicó su
sapiencia matemática en materia de ecuaciones, despejó
la escurridiza incógnita y solucionó el problema: el
centro comercial que quedaba a un cuarto de hora de su
casa resolvería el entuerto. Era consciente de que el frío
y la lluvia de aquel día de invierno habrían empujado a
muchas familias a refugiarse en las grandes superficies.
Con lo que odiaba las aglomeraciones de gente en sitios
cerrados. Aun así, cogió el paraguas y se enfundó el abrigo
heredado de un tío abuelo. Le entusiasmaba esa prenda.
Su aspecto anticuado, ese toque de elegancia retro, la
textura y el color desgastado por el tiempo le regalaban
una confortable sensación relacionada con otras épocas
diferentes y extinguidas.
En la librería estuvo a punto de adquirir la última
entrega de los diarios de Andrés Trapiello, pero bastante
tenía de momento con el de un repartidor atribulado y
loco. Con sus folios –se llevó un paquete de quinientos–
y sus dos cartuchos de tinta recién comprados, se dirigió a
la pizzería. Por suerte, al fondo, en el rincón más acogedor,
quedaba una mesa libre para dos. Justo, ella y el recuerdo
del que fuera su pareja durante casi diez años años. Sintió
entonces un pellizco en la boca del estómago.
Pidió la pizza número doce. La encebollada. La
acompañó con un buen vino tinto de año. Sus notas ácidas
y verdes de caldo joven siempre le agradaron más que
los matices amaderados y añejos adquiridos en las barricas
de roble. De postre tomó un helado de chocolate con fresa
y para terminar un café cortado con poca leche. Salió a
las galerías donde las rebajas de enero habían dado paso
a los rescoldos de febrero. Paseó deteniéndose en cada
escaparate. En la tienda de los perfumes, donde Jorge hacía
escala siempre para olisquear las novedades, una parejita
de adolescentes investigaban minuciosamente en
la estantería de las cremas y demás potingues intentando
dar con el elixir mágico capaz de eliminar el puntual y
delator acné. No desperdició la ocasión para deleitarse
con el apolíneo torso del adonis de ojos verdes y pelo
negro que anunciaba la nueva fragancia de Dior para la
próxima primavera. Estaba muy bueno, pero daba un
poco frío verlo. Hasta se subió los cuellos del abrigo. Por
fin salió a la calle. Encendió un pitillo y se encaminó
hacia casa. Eran poco más de las cinco, hora en la que
los niños, ávidos de juerga y fiesta, sus padres con cara
¡QUÉ PELICULÓN!
de siesta interrumpida, sus madres hacendosas, preocupadas,
atentas a los atuendos infantiles, asaltaban el lugar para guarecerse
del frío y del agua que el mes de febrero, más desprendido que nunca,
regalaba a los habitantes de la ciudad.
Ya en casa, comenzó a imprimir el resto de las páginas.
Mientras tanto, hojeó la libreta que le trajo Alberto.
Tachones, flechas, rayas en todas las direcciones,
esquinas rasgadas, palabras entrecortadas, frases sin terminar.
Se encontró con semejante jeroglífico abstracto
nada más abrir el desgastado cuaderno “de campo” de
Jorge. Sin embargo, hacia la mitad de la libreta el lenguaje
criptográfico daba paso a una nueva sección, como
si Jorge se hubiera entretenido en pasar a limpio la complicada
telaraña del principio. Supuso que cada frase se
correspondía con un futuro relato. “Nos contaron mal
los cuentos: lo normal es que la princesa se quede sin su
príncipe azul y que la rana, como mucho, se convierta
en un sapo horripilante y viscoso”. “Ropa interior o íntima,
que no oculta”. “Aproximaciones teológicas sobre el Ángel de la Guarda”.
“Una de comerciales: creo que no se enteran”. “Una nariz de payaso y
unas gafas de Groucho”. “La pelirroja del concesionario”.
“¡Cómo se recuperan algunas madres tras el embarazo!
Eso sí que es un canto a la vida”. “Otra de comerciales: definitivamente
no se enteran”. “Estoy harto de mí mismo, de mis repugnantes quejas,
de mis protestas vergonzosas, de tantos y tan mal traídos juramentos,
de tanta condescendencia con mi execrable actitud”.
Eva cambió la libreta por los folios. Le esperaba el
mes de junio aparcado en carga y descarga.

10.- SABINA “Y SIN EMBARGO”.


 11.- páginas 68- 69; 102-103.                                      Lee ROBERTO

Esta tarde me ayudó a descargar el camión un
negrazo de Nigeria. Me llevo muy bien con ellos, me
refiero a los que trabajan en el muelle cargando camiones
y removiendo la mercancía. El problema del idioma, la
escasa coincidencia entre sus horarios y los míos complican
LA PORTADA
la comunicación. Estuvimos durante unos veinte
minutos colocando las cien cajas que recogí en un almacén
de bicicletas. Hablamos de las ciudades y provincias
españolas mientras ordenábamos la mercancía en
palets. La zona de Andalucía (“andalúsia”, decía él) la
conocía a la perfección. “Allí hace calor; aquí en el norte,
mucho frío a todas horas”, afirmaba cargado de razón.
¿Qué pensaría el bueno de mi colega moreno si leyera
lo que escribí hace unas semanas sobre la insatisfacción
en el trabajo, los proyectos frustrados, las expectativas
personales? Supongo que sus ojos grandes me mirarían
con extrañeza, con cierto estupor. Es probable que en su
interior más radical y sincero se originara una seria duda:
enviarme a su Nigeria natal o, directamente, sin trasbordos
ni escalas, mandarme a la mierda.

Las nueve de la noche. Julio estará con su hija,
ayudándole a hacer los deberes. Roberto habrá ido a
buscar a su hijo a la salida del entrenamiento. Rebeca
andará preparándole la cena a su pequeño. Alguno de
mis compañeros y sus respectivas cuadrillas peinarán el
barrio vigilando los bares sigan en su sitio y el tinto de
este año. Los amantes del sosiego casero se harán cargo
de la actualidad sentados en el sofá mientras Mamen
Mendizábal, Matías Prats, Pedro Piqueras o Iñaki Gabilondo,
entre otros, destripan la jornada y nos ofrecen
detallada información sobre las mujeres maltratadas y los
civiles inocentes que, a fecha de hoy, pasaron a mejor
vida, masacrados por la brutalidad humana. Por mi parte,
sin cenar todavía, no sé ni qué prepararme, aquí está
el escritor, el repartidor pariente lejano de Don Quijote,
haciendo el indio apache, atrincherado en su madriguera
compuesta de epítetos, metáforas y diptongos, aislado
del mundanal ruido que por la noche se transforma en
silencio y soledad, al menos en mi caso.


12.- J.J. CALE- CLAPTON “DON’T CRY SISTER”.                                      Lee MARY
           páginas 107-108. (Momento mixto: música y texto).

La despertó el frío. Eva se arropó con el viejo abrigo
RIQUELME
de su tío, que se había deslizado desde el sofá hasta
el suelo. Se sintió desorientada. La vieja libreta de Jorge
y el taco de folios reposaban milagrosamente ordenados
sobre la mesita del salón, junto a una taza de café vacía.
Observó que, a excepción de las botas, continuaba vestida
con lo del día anterior. Se había quedado dormida
mientras leía. Se desperezó. Las campanas de la Iglesia
del barrio repicaron siete veces. Estaba incómoda. Nunca
le gustó acostarse con mucha ropa. Decidió tomar
un baño. Luego iría a desayunar al bar de Iñaki. Abría
puntual a las ocho, y para y cuarto se podía disfrutar
de abundante bollería y tortilla de patata recién hecha.
Además, echaba en falta esos momentos de calma a esas
horas en las que la ciudad aún dormita.
Iñaki la reconoció sólo cuando escuchó su voz,
pues la bufanda y la gorra de lana apenas si permitían
diferenciar su rostro. “Tomaré lo de siempre. Supongo
que no se te habrá olvidado”. El camarero y dueño del
acogedor local avisó en seguida a la cocina. “Un par de
tostadas a la plancha para Eva”. Mientras ella echaba un
vistazo a la prensa dominical, el gentil caballero con perilla
y coleta se apresuró a colocar el café con leche, el
zumo de naranja y las dos rebanadas de pan con mermelada
de albaricoque sobre la mesa donde en su día
Jorge y Eva pasaban las horas en torno a un interminable
desayuno. “Me enteré de lo de Jorge. Lo siento”. “A mí
me lo dijeron ayer. Estuve fuera, en casa de mis padres,
en Úbeda. Regresé el jueves. No he tenido tiempo para
asimilarlo. Es terrible. Una desgracia inesperada e injusta”.
SU CAMISETA
Eva prefirió no profundizar, dando así por zanjada
la conversación. A pesar de la confianza con el camarero,
no tenía ganas de remover episodios del pasado. “Hoy si
que te voy a pedir un favor. Ofréceme la mejor música
para este momento. Me gustaría leer un rato”. Presto y
entusiasmado –después de la barra, la buena música era
su gran pasión– Iñaki comenzó a revolver entre un montón
de CDs. Eva se aposentó en su sitio y bebió el zumo.
“Usted misma, señorita”. Iñaki apareció batiendo dos
discos entre sus manos. “Uno, J.J.Cale con Eric Clapton,
y dos, B.B.King y de nuevo Eric Clapton”. El primero de
ellos no lo conocía. Supuso que con ese título “The road
to Escondido” olería a carretera y a tránsito, a largas travesías y
cortas esperanzas, a narraciones extrañas, paradójicas, a sentimientos
encontrados, a sosiego. Iñaki eligió por ella.
Los primeros compases le emocionaron y pensó
LOS LECTORES 2
que la compañía de estos dos eternos e increíbles magos
del blues le ayudaría para afrontar la que suponía era la
parte final del pintoresco y, ya, definitivamente obligatorio
diario de Jorge. Apartó los folios leídos y tomó en sus
manos la narración correspondiente a octubre. Se sintió
observada. Iñaki la miraba con respeto y curiosidad, con
agrado. “Tú a lo tuyo, Eva y ya sabes que música y café
tenemos de sobra en el bar”. La mujer agradeció el gesto
de cortesía y comprensión y se enfrascó de nuevo en
la lectura, mientras las guitarras desgarradas de Cale y
Clapton atravesaban con lánguidos acordes y rasgueos la
atmósfera del lugar, convirtiéndolo en un improvisado
refugio donde esconderse del mundo.

13.- páginas 67- 68                                                                                                Lee JAVIER

Los sábados por la mañana, tempranito, mientras
las chicas se acicalan frente al espejo en sus casas, los camareros
ponen a calentar las cafeteras, las feligresas preparan
el altar para la misa de nueve, las madres pelean
con sus pequeños porque no quieren permanecer más
LA SOLEDAD DEL ESCRITOR
rato en la cama, yo me subo al autobús urbano, apenas
cargado con tres o cuatro ocupantes, y le digo al conductor
sin que se entere: “Hoy toca que me lleven, que
ya estoy harto de conducir durante toda la semana”. Me
coloco los cascos y aguardo, como un colegial antes de
partir de excursión, a que se cierren las puertas y el coche
avance. Cada vez que me enchufo los auriculares reconozco que me
desconecto del mundo. Conscientemente, levanto una
barrera invisible que obliga al que se acerca a detenerse:
“Éste ni me oye ni me quiere oír”. Reconozco que mirándolo
bien constituye un ejercicio egocéntrico, repleto
de grandes dosis de aislamiento e individualismo, una
diplomática manera de colgarse un letrero en donde los
que me rodean puedan leer “dejadme en paz, no estoy
para nadie”. A pesar de ello, cada fin de semana, repito
este comportamiento cuando recorro la ciudad bien a
pie, bien en bus. Y es más, no tengo ninguna intención
de modificar el ritual. Aparte del húmedo y gris encanto de la lluvia cuando se
está guarecido, comprobé que los semáforos en rojo me
reservan siempre una sorpresa. Atravesábamos por pleno
centro y pude ver a Rebeca. Supuse que su acompañante
sería su marido, nunca lo había visto y tampoco lo imaginaba
tan alto, tan rubio, tan guapo y el pequeñín que
lloraba en el carrito bajo la funda impermeable, su hijo.
Él la cogió por el hombro mientras trataba de cubrirla con el enorme
y llamativo paraguas de colores verduscos. En algún lugar de mi organismo,
OTRO CROQUIS
percibí una involuntaria punzada, un leve respingo, una
alarma que sonaba afónica y grave. Al verlos doblar la esquina
y desaparecer, se fueron agolpando dentro de mí,
al son de la “Balada del Tolito”, de Sabina, sentimientos
encontrados que hablaban de frustración, derrota, celos,
envidia, pérdida de tiempo, dolor, impotencia y estupidez
a espuertas.

                             
    13 BIS.- SABINA “BALADA DEL TOLITO”.


14.- TAKE THAT  “PATIENCE”.                                         Lee KARLOS
                                páginas 116-117; 139. (Momento mixto: música y texto).


De regreso al camión, en plena plaza, un mimo,
todo vestido de azul, permanecía inmóvil sobre una peana todita
pintada de azul. Al ponerme a la par, le miré. Él
también se fijaba en mí. Mosqueado y un tanto sensible
por las peripecias recién acaecidas estuve por agarrarle de
la mano, sacudirle y preguntarle a ver si él también me
iba a tocar los cojones. Desistí de hacerlo y pasé de largo.
En cambio, un matrimonio ya entrado en años se detuvo
allí mismo, frente a él y la emprendió con el pobre
y azulado muchacho. Lo pusieron de mamarracho para
arriba por estar ahí en medio, haciendo el indio en lugar
de trabajar como hacía la gente formal. Como ya había
tenido suficiente, opté por escapar en busca de un poco
de normalidad. Antes de subir al camión me giré hacia
el lugar del último percance. El pobre mimo azul con su
peana azul bajo el brazo y su derrota más que azul, caminaba
por la acera en busca de un enclave menos traumático.
Entre tanto, la gente lo miraba entre incrédula
y compasiva. Pasó otra media hora, el cielo se cubrió de
espesas e inesperadas nubes y comenzó a jarrear. Fue la
guinda que completó el pastel. Me dio por pensar en el
pobre personaje de azul próximo a desteñir.

Acostumbro a ampliar mi fonoteca con grupos
y solistas de todos los géneros y naciones. Todavía no
le cogí el punto a la música iraní, ni al reggaeton, pero
¿quién sabe? A Take That nunca le presté atención. Sin
embargo, su último éxito, Patience (paciencia en castellano)
me sedujo. Me resultó muy agradable. De la letra
o su mensaje no puedo añadir nada, pues el inglés que
aprendí en COU pasó al baúl de los recuerdos, a pesar
de que expresiones como my name is George, the window
GRACIAS POR VENIR
is open, coffe or tea o God saves the Queen permanezcan
en mi globalizado léxico por si algún día viajo a London,
a Liverpool o a Minneapolis. Tan fuerte me ha dado que
llevo varios días escuchándola una y otra vez en el camión.
De paso, me empeño en convertir el título en un
lema imperecedero que me acompañe en mis tareas. Y
aspiro a transformarme no sólo en un repartidor paciente,
sino en una persona impasible en el buen sentido de
la palabra: por nada se inmuta, nada le irrita, cualquier
impertinencia es aceptada y automáticamente asimilada
y resuelta. Me gustaría hacer mío, pero de verdad,
aquello de “si tiene solución, ¿por qué preocuparse?; y si
no la tiene, ¿por qué preocuparse?, pequeño saltamontes”.
Desafortunadamente me temo que me aburriré de
la canción, relegaré a la estantería de los discos mi última
adquisición, olvidaré su paciente estribillo y, de propina,
mandaré a la mierda al maestro, a Kung Fú y a la madre
del vocalista.


15.- página 151                                                                         Lee MARY

 “¿Y ya está? ¿Se acabó?”. Eva retornó a los últimos
renglones e intentó estirarlos en vano. Allí mismo concluía
la narración. El mesario terminó. Eva se sintió desorientada,
SIN PALABRAS, PERO CON LETRAS
inquieta, apenada incluso. No acertaba a distinguir
muy bien si aquella sensación de vacío se debía a
lo leído durante dos días o a que los sentimientos hacia
Jorge, antes enterrados, decidían salir a dar un paseo por
la superficie. Algo todavía indefinido la desconcertaba.
No sabía muy bien qué hacer, si levantarse e irse, o pedir
otro café con leche. Había perdido la noción del tiempo.
Eran ya más de las diez y media. Por fin se incorporó y
se acercó a la barra para pagar. Iñaki, siempre atento y cortés,
testigo de la escena, prefirió guardar silencio y apenas esbozó un escueto
saludo al que ella respondió levantando tímidamente su
mano derecha. Se detuvo en el umbral de la cafetería
para colocarse la gorra, la bufanda y los guantes. Por un
instante, detenida la música, solamente se escuchaba el
silbido del aire gélido que se colaba entre las rendijas de
la puerta que daba al exterior. De pronto, sonó la introducción de
una canción muy especial – ¿habría intuido algo el brujo de Iñaki?–.
Cuando Antonio Vega con su lánguida voz pronunció las palabras
mágicas “Me asomo a la ventana eres la chica de ayer”,
algo se derrumbó dentro de Eva. La melodía atravesó el nudo
que hacia unos minutos tenía en su garganta deshaciéndolo de inmediato
y sustituyéndolo por un afónico suspiro, que cedió el turno
a una lágrima teñida de restos azules de rimel que rodó lenta hasta los labios.

16.- ANTONIO VEGA “LA CHICA DE AYER”.

17.- páginas 151-153                                                                         Lee MARY

Podría haberle dado por pensar en su dilatada relación
con aquel hombre, en su progresiva ausencia de sincronización en la cama,
en la mesa, en los tiempos, en el espacio, en el ocio...;
en aquellos silencios interminables,
sumidos cada uno en su lectura, en sus películas, en su
sueño; en la progresiva separación a pesar de dormir juntos;
en la indiferencia, la despreocupación, la ceguera, la
rutina; en el amor sin besos. Pero no fue así. Eva se internó
en senderos lejanos y transcendentes. ¡Qué tristeza de
vida! Acabar sin poder dejar todo apuntalado. Marcharse
EL EDITOR
con asuntos pendientes, con palabras de perdón aplazadas,
con explicaciones que dar, con bonitas y efímeras intenciones,
con besos que devolver, con números en color
rojo. Eva sintió la exigencia de despedir de los suyos al que
la muerte negó tal posibilidad. Debía ser ahora, de vuelta
a casa, acompañada por el seco frío de febrero y por el eco
de la mítica canción que adoptó como un himno para ella.
A Jorge, estaba segura, le hubiera gustado hacerlo, a pesar
de que nunca le gustaron las despedidas, sobre todo, con
un andén o un aeropuerto de por medio.
Empezó por los ancianos, cómplices eternos, amigos,
defensores de la honradez y el buen corazón. ¿Quién
os tocará el claxon mientras levantáis el bastón para saludar?
Escogió después a los niños, con la pizpireta Lucía
y sus coletas, a la cabeza. Ya nadie os mirará con infinita
ternura desde la cabina de un enorme camión. ¿A quién
le haréis la ola cuando os lleve los libros al colegio?
CUATRO LIBROS
Se despidió de sus adoradas mujeres, omnipresentes,
bellas, imprescindibles como sus senos, sus caderas
y su mirada. ¿Dónde se habrá metido el juglar que os
escribía historias por las noches?
De sus compañeros de comedor, Julio y Roberto,
de sus tertulias, sus groserías y su fidelidad. De las
camareras, de los tenderos, las peluqueras, las pescateras
incluso, los operarios del metal, las Beckham, Anacleto...
De las carreteras sin arcén diseñadas para viajar siempre
de copiloto, que atravesaban los bosques, los valles y
los ríos. De los siniestros buitres, las aventureras gaviotas
que vuelan tierra adentro, los orgullosos caballos, las
suspicaces vacas, las despistadas ovejas. De los paisajes
increíbles que ambientaban sus viajes. De la gente de los
caseríos, de los pastores.
Adiós a todos. Adiós, Rebeca. Adiós, señora Rosa,
esta vez le falló el ángel de la guarda.
Como acostumbran a decir de manera repetitiva
e insulsa los aficionados a los tópicos, la vida sigue. Y
esa mañana de domingo era buena prueba de ello. Los
ancianos acudían perseverantes a la misa parroquial. Los
LOS LECTORES 3
niños revoloteaban alrededor de las golosinas y los dulces.
Los maridos recapacitaban frente a la prensa. Las esposas
se ponían más guapas que nunca. El aroma de café
de las primeras horas de la mañana cedía el paso al olor a
rabas, a vermouth, a fiesta, a comida familiar... Lástima
que Jorge no estuviera para narrarlo.
Llegó a casa y de manera instintiva y alborotada
comenzó a rebuscar entre sus discos. Necesitaba escuchar
entera, incluso varias veces, la música que quedó
pendiente en el bar. En su lugar lo que encontró fue un
CD de elaboración casera con las mejores baladas de Sabina
y un solitario folio que yacía boca arriba, desafiante
y socarrón, en la bandeja de la impresora. “¡Por Dios!”
Exclamó sorprendida. Era la última página del mesario,
y estaría allí desde la tarde anterior cuando terminó de
imprimir todo. ¿O la habría colocado en su ausencia un
duendecillo travieso con ganas de alargar el turno para
las sorpresas? Conectó la música. Los acordes de “Amor
se llama el juego” salpicaron la estancia de melancolía. De
nuevo un espeso nudo se formó en su garganta. Cayó en
la cuenta de que ella tampoco se había despedido de él.
“¡Hasta siempre, Jorge!”. Musitó. Ahora sí. Lloró. Larga
y mansamente, con sumo cuidado para no estropear la
última hoja de aquel inesperado y delirante testamento.

18……..SABINA “AMOR SE LLAMA EL JUEGO”.



A los que se fueron sin la oportunidad de despedirse,...
y a ti , que te quedaste.

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Al final, cuando se acaba el duro y el tiovivo se detiene,
los viajeros se apean y cierran la
última página.
Unos se rieron, otros lloraron,
los más, acabaron mareados.
Hace poco Rosa Montero decía de Rumble,
la primera novela de Maitena:
“son pocos los libros que te dejan tanto”.
Yo con la mitad me conformaría.


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