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24 septiembre 2012

CARAMBOLAS



Dámaso tenía la costumbre de cruzar las calles sin hacer caso de pasos de cebra ni semáforos. Ernestina, su esposa, le seguía a ciegas. Por eso no reparó en una camioneta que se les echaba encima. Bueno, se le echó encima a ella y la arrastró varias decenas de metros. Le partió la cadera por varios sitios. Todo ello originó que un buen día hicieran sus maletas, dejaran el negocio familiar en manos de sus hijos y emigraran a zonas cálidas y mediterráneas en busca de un clima que sanara las heridas y reparara los huesos quebrados. El destino fue Torrevieja, al sur de Alicante, famosa por el “Un, Dos, Tres, responda otra vez”, que regalaba apartamentos a sus concursantes como si no costaran, y gozaba de un microclima capaz, no de resucitar a los muertos, pero sí de reconfortar a los vivos.

Ester, su nieta, que vivió una temporada a caballo entre Alicante y Murcia, acudía a casa de los abuelos los fines de semana y en verano, durante los meses de vacaciones. Allí, modelo Verano azul y Chanquete, Ester y su cuadrilla iban a la playa, paseaban en bici y de vez en cuando bailaban en las discoteques de entonces. Javi, José Ángel, Ramón, Eva eran algunos de los de la cuadrilla. Miguel, al que le llamaban Míguel, también era uno de ellos, aficionado a destripar cacharros, arreglar bicicletas con Ramón, a tocar teclas, porque a él le gustaba la música, los teclados.

Ester se fue a Vitoria. Míguel se quedó por allí. La primera se casó. El segundo se echó novia. A Javier, el chico de Ester, le publicaron un libro: En doble fila. Míguel, su chica Loli, y tres músicos más montaron un grupo musical: Barley. Y se fueron haciendo un hueco importante en el panorama musical de la segunda división, esa en la que militamos casi todos.

En agosto de 2012, en un festival veraniego de los que se ofrecen en garitos con terraza, mojitos, cubatas y cafés, Barley sonó aquella noche. Ester, Javier y sus dos hijos, a pesar del ruido el más pequeño se quedó frito, escucharon a Loli que cantaba, a Míguel que tocaba los teclados y a sus tres colegas que se encargaban de la guitarra, el bajo y la batería. Al final del concierto, como si fuera obligatorio, no hubo intercambio de camisetas pero Loli se llevó un En doble fila dedicado y Ester una maqueta de Barley.


En la página 107 de En doble fila, se habla del bar de Iñaki, donde Eva, coprotagonista de la historia, al igual que Javier, su autor, acuden a desayunar los fines de semana temprano. El bar se llama Oihuka, y aunque sale en una novela, es de verdad. Este sábado pasado, Javier se presentó ante Iñaki con un regalo doble. El último de Knopfler, Privateering, y la maqueta de Barley.



Y lo que son las cosas, las carambolas caprichosas de la vida, que unas veces acarrean desgracias, otras atraen éxitos, la mayoría de las veces, como esta, provocan relatos, que mezclan y confunden realidad y ficción. Hoy la música de Barley, suena en un bar de novela, a más de ochocientos kilómetros de donde se compuso. Un día, después de conocer esta larga historia de rebotes, tal vez a Loli, le apetezca detenerse en la página 107 del libro, conectar la música y pinchar la pista dos de su maqueta, mi preferida, Mil sorpresas, mientras la lee. 


(Dedicado al grupo Barley y a todos aquellos que encontraron el éxito antes que el reconocimiento).

1 comentario:

  1. Javier, gracias ¡qué puedo decir! es un halago que te acuerdes de nosotros pero sobre todo, de nuestra música. Nunca pensé que Barley sería coprotagonista de un regalo ¡ni más ni menos que con el Señor Knopfler!.
    Tu libro lo tengo a buen recaudo, en la caja de las cosas importantes de Barley (diarios, fotos y páginas emborronadas de frases). Cuando termine con la mudanza será la primera caja que abra y, la 107, la primera página.
    Como dice el estribillo de Mil Sorpresas, va en la sangre...

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