Sabía que se me olvidaba algo. Esto me ocurre por no apuntar las cosas, por subir por las escaleras. Cuando cojo el ascensor, el espejo me ayuda a fijar las ideas y sujetarlas en la memoria. Entre las pastas y la emoción del momento se me pasó decirte algo que creo fundamental. Ya lo pone arriba, empecé hace nueve años. Lo primero que escribí recibió un premio, meno,r pero premio. Ello alimentó las ilusiones, y yo incauto e infeliz me creí que el paso inmediato al accésit de aquel concurso iba a consistir en la publicación de Canchas de arena. Pero no fue así. Ni con éste, ni con los siguientes, que ni siquiera recibieron ningún reconocimiento. Con la ayuda de las ferias del libro de Madrid y de algunos escritores y amigos caí en la cuenta de que publicar era muy complicado para los que estaban en el tema. No te digo nada para mí, sin representante o agente, sin tiempo y sin posibilidades de ningún tipo. Fueron muchos los silencios de las editoriales, que sonaban a mala educación. Los descartes de los certámenes literarios y los premios entregados de antemano a gente podía dar prestigio al evento, me hicieron sospechar de aquellos, transformándome en un escéptico de acontecimientos de este tipo. No quiero decir que mis trabajos merecerían el premio, por supuesto que los habría mejores, pero al menos una respuesta, un poquito de consideración.
En resumen, demasiados desengaños. Demasiados paréntesis sin cerrar.
Siempre me gustaron los libros, los de papel. Y los procedimientos clásicos: nada de autopublicarse o colgarse en Internet. Si se publicaba algo mio, cosa que a medida que pasaban los años veía más improbable, sería a través de una editorial al uso.
También tenía claro el objetivo que perseguía desde el día en que encuaderné mil primer manuscrito: que un libro mio estuviera en las mesas de una librería y que la gente lo pudiera comprar como siempre se compraron los libros. Enseguida, algunos me hablaron de fama, de dinero, de retirarme. Se me pasó el tiempo de soñar, o al menos de ilusionarme gratuitamente con asuntos futuros. Así me ahorro las desilusiones. Además esa no era mi guerra.Solo quería que alguien transformara los manuscritos en un libro con sus tapas y sus hojas bien encuadernadas.
Ahora que se cumplió ese pequeño gran sueño, no estoy dispuesto a dejarlo ir, a que se esfume por falta de marketing o publicidad. La idea de crear un blog surgió hace varios años. Si lo he hecho ahora es porque En doble fila se lo merece, porque entra dentro del lote de la divulgación del mismo. Y porque tenía ganas de contarte estas cosas. Cosas mias que puede que te suenen cerca, no como las de otros que se creen algo. A mi no me sacan en la tele, ni me plantan en los escaparates de las grandes superficies. Me toca luchar con pequeñas armas, valga este símil bélico y desafortunado, no sé si conseguire algo, pero desde luego, que las pienso utilizar.
Y basta ya de charlas, que se va a enfriar el café.